Ya no aparecen en redes sociales los post que sermoneaban acerca de la falta de disciplina y vocación para aprender nuevos idiomas, tocar un instrumento, escribir la novela total o revolucionar la comunicación en tiempos de covid. Lo que hay ahora es una especie de resignación en donde la incertidumbre se convierte en un elemento congelador de intenciones.
La novedad nos asusta porque esta pandemia fue la novedad más grande, quizás, de nuestra vida. No sabemos a ciencia cierta cuándo acabará, a pesar del deseo renovado de que las vacunas permitan vislumbrar el final de toda esta falta de materialidad en nuestras diversas relaciones. Ahí, en el fondo, la aparición de nuevas variantes del invisible virus nos mantiene en estado de alerta, despojados del deseo de más sorpresas.
En lo particular me he sorprendido haciendo algo que, quizás, sólo me ocurre a mí. En los últimos meses he reducido la visión de series de televisión y películas nuevas y me he descubierto revisitando aquellas que ya he visto y que, la mayor parte, he disfrutado. Nada que ver con la voracidad de contenidos nuevos del inicio del aislamiento. ¿A qué se deberá esa actitud? Aventuro una respuesta.
Quizás, sólo quizás, en medio de este tsunami de decisiones que ha sido la gestión personal y social de la pandemia, requerimos certezas. Saber qué es lo que sigue. Cómo termina todo. Y eso, se ha transportado a productos culturales como los libros, el cine, la televisión. Brindan una especie de seguridad, reducen el margen de incertidumbre, otorgan una cierta sensación de estabilidad. Al menos es lo que puedo interpretar desde mi experiencia. He comenzado a releer libros. Probablemente es la siguiente fase de esta búsqueda inconsciente de la tranquilidad y la calma. Quizás.
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