¿Quién se imaginaría que esos jóvenes de ropas lustrosas y cabellos erizados contra el cielo terminarían escribiendo lemas comerciales para publicidad o buscando la manera de tener un trabajo fijo y con horarios? El punk envejeció al igual que sus representantes más rabiosos, más atascados, más violentos. O quizás no, quizás el punk no puede morir porque va más allá de la apariencia o de las reglas que valían para un mundo que ya no existe. Quizá revive en espíritu de los adolescentes que no se identifican con el reguetón, pero sí con pintarle dedo a la autoridad, a los maestros, a los carteles de los políticos. Misterio.
En Tratado
de ortografía. Una novela sobre el rock radical vasco (Resonancia, 2021),
Patxi Iruruzun (Pamplona, 1969) relata la historia de uno de esos duros que
entre vómitos, escupitajos y olor a rebeldía hicieron temblar las convenciones
sociales en la época de la apertura española posterior a la caída de la
dictadura franquista. El subtítulo es una trampa, si el lector busca alguna
biografía o crónica sobre los grupos asociados a esa delimitación musical
quizás sea defraudado. La sombra de Kortatu, de Negu Gorriak y otros básicos
aparece de manera difuminada a lo largo de las páginas, sin ser el motivo
principal de la historia contada.
La trama aborda
la vida del vocalista de Los Tampones, gloria del rock radical vasco, que en
los días que corren sortea la depresión que viene junto a su reciente viudez de
una chica de ensueño, Maider, con quien ha procreado a dos hijos: Silvio (por
el cubano, aunque después lo niegue) y Janis (por la bruja cósmica), a quienes
tiene que encaminar por la vida sin saber muy bien cómo hacerlo.
En ese
intento de comprensión acerca de la mejor manera de llevar a cabo su paternidad
responsable, el narrador protagonista nos cuenta la historia de su grupo de
punk, las causas de su celebridad, la manera en cómo conoció a su pareja
fallecida, su formación como escritor de novelas históricas de público
limitado. Todas las anécdotas aparecen como entradas en un diario que va de
noviembre de 2018 a mayo de 2019, por lo que referencias a cuestiones cotidianas
como la interacción en redes sociales y la precariedad alcanzada socialmente
por el avance del capitalismo son parte del contexto en que se desarrolla la
novela.
Se agradece
mucho el humor que desprende la descripción de diversas escenas cotidianas
(como la obsesión por el cuerpo de algunos runners) o la manera en cómo
se ha modificado el uso del tiempo libre por las nuevas generaciones. No es un
libro tiranetas, sino una ventana que comparte con el lector su
incomprensión del tiempo que ya no reconoce como propio. De ahí los
cuestionamientos con respecto de temas como el éxito, la trascendencia o la
misma paternidad.
No hay perfección ni receta, parece decir Irurzun a
través de su personaje. La aparición de una guerrilla ortográfica que se dedica
a corregir letreros de anuncios en la vía pública, una fantasía compartida por
más de uno, se convierte en la posibilidad de acercamiento a los antiguos
compañeros de aventuras musicales. La organización de un concierto para
recaudar fondos a fin de mejorar las condiciones del colegio al que acuden sus hijos
se convierte en el pretexto para la evocación de nuevas escenas del pasado.
También es el motivo para una de las escenas más previsibles de la historia,
pero no por eso menos entrañable, hacia el clímax y desenlace del relato.
Es un libro entretenido, crítico, que mira con ojos
frescos y con cierto cinismo la sociedad que habitamos y la manera en cómo los
principios que en algún momento defendimos envejecen de maneras diversas. A
veces para convertirse en convicciones de vida y de dignidad ante un sistema
que, parece, no cambia en su voracidad y ambición. Déjenlo sonar.
1 comentario:
Un escritor al que hay que seguir, sin ninguna duda. Una literatura fresca y surrealista que no deja indiferente
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