El principio de incertidumbre plantea, según una analogía
para legos como yo, la imposibilidad de establecer la posición y dirección de
una partícula cuántica en un momento determinado, entre otras cosas porque para
poder “verla” se requiere de un fotón, lo cual modificaría los elementos que se
intentan establecer con respecto de la partícula, generalmente un electrón. También
leí en algún lado que esa incertidumbre abría asimismo la posibilidad de que se
pudiera detectar la misma partícula en dos lugares simultáneos, una de las
premisas para pensar en la idea de los universos paralelos, por ejemplo.
Es a partir
de imágenes y de conceptos como estos que Cecilia Magaña (Ciudad de México,
1978) construye una compleja trama en donde la incertidumbre muda de forma
cuántica a cuestión metafísica. Principio de incertidumbre (Paraíso
Perdido, 2020) narra la historia de Marta, una mujer que busca los motivos y
las causas por las cuales su hermano Ulises se suicidó ahogándose en una alberca.
A través de
diarios, transcripciones de entrevistas, monólogos internos y un narrador
omnisciente pendular, nos enteramos de la vida, en apariencia sin perspectivas positivas,
del otrora estudiante de Física. Una serie de personajes bien delineados por la
autora desfilan ante nuestros ojos otorgando elementos para desentrañar el misterio
que envuelve la muerte de ese hermano que se adivina cercano pero que no lo es
del todo.
El misterio
es una de las cuestiones presentes a lo largo del libro. Además de las proposiciones
disparatadas que echan a andar la trama. Un experimento científico que implica
necrofilia y universos paralelos, sumado a un embarazo posible en el trance es,
además de inquietante, la pieza del rompecabezas que pone a girar la mente de
Marta con respecto de los motivos que llevaron a su hermano a quitarse la vida.
Escuchamos
voces, leemos las notas del diario del muerto, atestiguamos el encuentro de
Marta con aquellos que sospecha saben más de lo que aparentan. Y el lector lo
llega a creer también. El título de la novela es exacto. Cada uno de los
entrevistados da su versión, pone su mirada sobre los hechos que involucran a
ese grupo “raro” de estudiantes entre los cuales está su hermano, una femme fatale
y un oportunista que siempre busca sacar provecho de sus acciones y sus
omisiones. Esa mirada modifica por completo la historia, la versión que Marta construye
sobre el hecho. La misma mirada de Marta sobre los cuadernos, las personas, los
cuerpos de los otros involucrados modifica también la historia.
Y, de
manera simultánea, la mirada del lector hace posible esa alegoría con respecto
del principio físico: ¿es “real”, “cierta”, “verdadera” la versión que Marta
cree estar construyendo? ¿O es sólo una forma de intentar darle sentido al
dolor que implica la pérdida del hermano? ¿O acaso un pretexto para acercarse a
las tentaciones eróticas, las posibilidades emanadas de su proceso de
investigación? Nada hay verdadero, nada hay real. La propuesta del experimento
necrofílico es igual de disparatada que buscar una explicación que satisfaga
todas las dudas.
Magaña ha
creado una obra rica en mecanismos narrativos, en donde se nota una técnica
depurada y una serie de instrumentos que hacen de esta narración algo completamente
fuera de lo típico. Hay ecos de Bioy Casares, de Piglia, de Pablo de Santis.
Una historia fantástica que genera la incertidumbre sobre su naturaleza: ¿dónde
y cuándo ocurre? ¿Es posible saberlo? ¿Queremos saberlo?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario