En esa vorágine de cuerpos desnudos y rutina sin sentido, aparece su hermana menor, quien intenta de todas las maneras posibles establecer contacto con su hermano. La relación con ésta es tensa y rodeada de suposiciones que no se confirman, pero parecen lógicas: incesto, una vida infantil complicada, la violencia emocional y física como una posibilidad. "No somos malos", dice ella en algún momento, "sólo venimos de un mal lugar".
A pesar de lo sombrío del ambiente creado por el director y de la sobria puesta en escena, la cinta no deja de ser pertubadora por el aparente vacío que el protagonista carga sobre sí. Aparente porque, en realidad, lo que existe es una sobrecarga de experiencia que no haya manera fácil de ser desahogada. Fassbender consigue transmitir ese vacío existencial de una manera sobrecogedora.
Después de verla, y con mudo reclamo de Momo porque eso retrasó su paseo vespertino, quedo con una sensación que no había tenido en mucho tiempo. Un estado de ánimo similar al que me asaltó después de ver Breaking the Waves (Lars von Trier, 1996). No puedo evitar sentir melancolía. No puedo evitar la escritura sobre ésta. Esas reacciones son las que busca, supongo, el arte.
"No pongas otra de tus películas tristes", insiste Ella. Da inicio una función de stand up gringo en la pantalla. El sueño me vence a los pocos minutos.
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