En el
tiempo coincidieron por muy poco. El estreno de la segunda temporada de Daredevil, la adaptación al formato
televisivo del cómic creado por Stan Lee y Bill Everett, y la liberación de
Nestora Salgado, comandante de un grupo de autodefensas acusada de delitos como
secuestro y usurpación de funciones. Algunos se preguntarán por qué poner estas
dos situaciones en el mismo párrafo. Bueno, porque pienso que una cosa nos
ayuda a pensar la otra. En otras palabras: que el arte no está desligado de la
realidad, sino que es una interpretación de ésta.
Daredevil nace como un justiciero a
partir del hecho de que el sistema de justicia, el norteamericano; no
cualquiera, niega la retribución moral por el asesinato de su padre a manos de
mafiosos del mundo del boxeo. Nestora decide ponerse a la cabeza de un grupo de
ciudadanos que, hartos de la inoperabilidad y complicidad del Estado mexicano y
sus policías, deciden tomar la vigilancia de sus comunidades por cuenta propia.
En esta segunda temporada en el
sistema de contenidos en línea Netflix, hace
su aparición Punisher, otro vigilante que tiene una idea distinta de ejercer la
justicia con respecto de la elegida por Daredevil. Para Punisher, creado en 1974
por Gerry Conway y los dibujantes John Romita y Ross Andrum, los medios para
conseguir justicia son en suma “flexibles”. Mientras Daredevil lucha por
noquear a los maleantes, se niega a usar armas y confía en el aparato de
justicia para castigarlos; Punisher ha llegado a la conclusión de que los
delincuentes no tienen remedio y que el mejor maleante es el maleante muerto.
Esta narrativa deriva, sin remedio, en
la lógica de “Who watches the watchmen?” (“¿Quién vigila a los vigilantes?”),
tesis de una de las obras maestras de Alan Moore: Watchmen. En eso derivó también la dinámica que las autodefensas
establecieron desde finales del sexenio pasado, el del nefasto Felipe Calderón.
En medio de una masacre en la cual las víctimas se cuentan en
decenas de miles, muchos ciudadanos decidieron tomar las armas y enfrentarse
a los grupos armados y fuera de la ley que hicieron del narcotráfico, la
extorsión, el secuestro, el tráfico de personas y la corrupción policíaca-política
su forma de operación.
Así fue como aparecieron figuras como Nestora
Salgado y como el médico José Manuel Mireles. Así fue también como el nuevo
gobierno federal, ahora del PRI tan acostumbrado al poder centralizado y
vertical, decidió que tener a estos justicieros sueltos era un riesgo para la
democracia, la seguridad y el estado de derecho. Y, sin más, y ante un
desacuerdo social creciente y evidente, muchos de estos autodefensas fueron
encarcelados.
Al igual que entre Daredevil y
Punisher, las ideas con respecto de la interpretación de la ley y el ejercicio
de la justicia difieren. Algunos autodefensas estaban por la opción de entregar
al gobierno federal (dada la corrupción documentada de las policías municipales
y estatales) a los delincuentes que fueses apresados prácticamente in fraganti; mientras que a otros les
atrajo más la idea de justicia expedita y sin tramitología. Esta oposición de
perspectivas traerían, a la postre, enfrentamientos entre los mismos cuerpos de
autodefensas: aquellos que se consideraban brazo ejecutor de la justicia y los
otros que con mantener a raya el avance del crimen organizado se daban por
satisfechos.
Hoy, la idea de policía comunitaria está
prácticamente exterminada en los territorios en donde los hombres que se
armaron para defender sus comunidades fueron a parar a las cárceles (en donde
aún continúan). Aparecen en cambio en lugares en donde el crimen ha ido en
crecimiento merced a la incompetencia de las autoridades y la policía: la
flamante CDMX, por ejemplo. Muy cerca de la zona donde habito, los vecinos se
han proclamado en redes sociales y en reuniones públicas a las afueras de las
escuelas y las iglesias en conformar fuerzas de autodefensa ante los asaltos
cotidianos, el cobro de piso, la inseguridad en el transporte público, las
agresiones a mujeres, entre otras consecuencias de un gobierno rebasado por la
realidad y que insiste en la retórica y el chayoteo mediático para ocultar lo
que la gente de a pie vive a diario.
Cada que pienso en las motivaciones de
Daredevil y Punisher dentro de la representación que la serie televisiva hace
de éstas, no puedo dejar de pensar en el mismo conflicto ético que inunda a los
ciudadanos que se organizan para defender lo que más quieren: a sus familias y
patrimonios. En este país, no obstante, creo que la sensibilidad pública se
sentiría más cómoda con un ejército de Punishers que con uno de Daredevils. Por
el simple hecho de que a nuestro aparato de justicia no se le puede ya dar, de
ninguna manera, el beneficio de la duda. Ha demostrado de manera consistente
ser un modelo de podredumbre que requiere ser reformado.
Eso es lo que de realidad encuentro en
la fábula fantástica (cada vez más fantástica: con zombis-vampiros, maldiciones
ancestrales, chinos que saben más de lo que aparentan) contada en las pantallas.
Me sorprendo con las descalificaciones que todavía se escuchan con respecto de
manifestaciones artísticas como éstas. Nada es una isla. Hoy menos que nunca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario