Muy cerca del final
de Monstruos de laboratorio. La ciencia imaginada por el cine
mexicano, Rafael Villegas
apunta: “En México, históricamente se le ha pedido mucho al
realismo literario y cinematográfico, y muy poco a lo fantástico.
No se espera que una cinta fantástica trate asuntos de primera
importancia como la política, la economía y la sociedad; la
expectativa es que asuste, que impresione, que divierta, que permita
evadirse”. En este sentido, el autor pone énfasis en una cuestión
que resulta familiar para todos aquellos interesados en el cine
nacional: la idea de que el cine de ciencia ficción en México no
puede pensarse sino como parodia involuntaria de este género al
compararlo con las manifestaciones del cine de Hollywood o los
ensayos europeos de la imaginación científica.
Resulta
por tanto estimulante el hecho de que a lo largo del poco más de un
centenar de páginas, Villegas se dedique a cuestionar este supuesto.
Sin negar el kitsch ni
la necesidad de un pacto con el espectador que requiere otorgar
concesiones gigantescas, pero analizando de manera acertada el
contexto de producción y las implicaciones trasgresoras que muchas
de esas cintas de presupuesto limitado proponían.
Acerca
del pacto con el espectador, por ejemplo, se menciona: “Ese pacto
hizo posibles escenas como aquellas de Santo contra el
Doctor Muerte, en la que el
luchador anda enmascarado muy campante por un aeropuerto británico.
Cualquiera puede entender, entonces y ahora, que una persona no puede
viajar enmascarada en un avión. ¿Acaso en su pasaporte Santo
también aparece con máscara? Santo, el héroe de lo fantástico
mexicano, vive con máscara. Aquí no funciona la racional doble vida
de Batman o Superman; Santo trabaja, turistea, come, bebe y ama con
la máscara puesta. Cuando Santo llega a Londres la gente no se
sorprende por ver a un enmascarado. Santo anda por los pasillos y
escaleras del aeropuerto como si fuera
uno más... y nadie lo nota. El pacto ficcional de lo fantástico
está hecho. Se trata de una verdadera construcción de un mundo
maravilloso (en el sentido que Todorov le da a esta categoría), con
sus propias reglas y valores. Puede ser un absurdo, pero un absurdo
que encaja con la lógica del imaginario particular que lo consumió”.
Para
quienes accedemos a ese pacto más veces de las que nos gusta aceptar
(en mi caso los domingos por la mañana) no podemos más que
agradecer un texto como el de Villegas. Ante nuestros ojos desfilan
las razones y sinrazones de los científicos locos que aparecen como
los villanos predilectos de la ciencia ficción mexicana. A su lado,
los benevolentes e ingenuos científicos “buenos” son retratados
como la necesidad de otorgar relatividad explicativa a la manera en
cómo el conocimiento científico puede ayudar pero también destruir
a la raza humana. Porque es algo que, a pesar de que no se menciona
de manera literal, el cine mexicano de ciencia ficción ensaya: la
manera de pensar que el poder que la ciencia trae consigo vale para
todo el mundo, no existen fronteras nacionales de dominio en los
propósitos de los villanos de este tipo de cine.
Hay
también la alusión a otros temas que no fueron abordados por los
géneros del realismo nacionalista (tanto en su vertiente
rural-indigenista-revolucionaria como en la urbana-marginal-negra) de
manera frecuente: el papel de la mujer dentro de una sociedad
esencialmente machista y sus posibilidades de insertarse de manera
exitosa en las actividades que la nueva sociedad presentaba como
oportunidades (Villegas comienza su exploración a partir de 1945, el
fin de la Segunda Guerra Mundial como arranque de una forma novedosa
de ver el mundo).
Otro
de los tópicos abordados con perspicacia y atinado juicio es el que
contrapone, de cierta manera, la idea de la religión con la de la
ciencia. La manera en cómo lo religioso que prevalece en los
ambientes rurales se confronta con las respuestas que la ciencia,
identificada con los contextos urbanos, está ofreciendo. El
conocimiento racional se opone a la magia. Aparece, como sino
inevitable, el debate siempre vigente de la civilización opuesta a
la barbarie.
Los
personajes son múltiples: extraterrestres, monstruos, mujeres
desvalidas, mujeres villanas y dominantes, reinos bajo del agua,
luchadores con músculos invencibles, científicos, sacerdotes,
beatas chismosas, charros sobrenaturales... Todos ellos encarnados
por actores y actrices que, en muchas ocasiones, confundieron a la
persona con el personaje: Cantinflas, Santo, Blue Demon, Piporro...
Sin
duda, este libro es una mirada refrescante para acercarse a uno de
los géneros más vilipendiados del cine que se ha filmado en nuestro
país: la ciencia ficción.
Rafael
Villegas, Monstruos de laboratorio. La ciencia imaginada
por el cine mexicano, Toluca,
Instituto Mexiquense de Cultura, 2014.
Pd.
Si les interesa checar una versión interactiva del texto (con links
a fragmentos de las películas citadas en el libro), el autor lo está
regalando desde esta liga: http://apocrifa.net/s/MONSTRUOS-DE-LABORATORIO-Rafael-Villegas.pdf
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