Las
bofetadas tienen un sabor característico en el terreno de la
humillación pública. Es una agresión que no sólo implica una
cuestión física sino también simbólica. Se da bofetadas a
aquellos que no son merecedores de un puñetazo. Es decir, la
humillación comienza desde la elección del tipo de golpe que se
pretende dar. Recuerdo en mi infancia el agravio que representaba el
hecho de que alguien más nos tocara el rostro. Era una afrenta que,
ahora intento comprenderlo, se remontaba a tiempos de caballeros y
honor a prueba de muerte. De ahí la expresión, sospecho, “cachetada
con guante blanco”; esta misma expresión remite a la posibilidad
de lastimar sin necesidad de contactar físicamente. El triunfo
obtenido es sobre el orgullo del otro.
El
estereotipo nos indicaría que las bofetadas las dan sólo las
mujeres, y no cualquier mujer, sino aquellas que han sido heridas en
lo más profundo de su orgullo, que han visto amenazado su honor. La
cinematografía nos ha dado muestras suficientes de tal
manifestación. El hombre que recibe la cachetada, la ha sufrido,
generalmente, por hacer alguna insinuación no decorosa sobre la
chica en cuestión, o por haberla engañado-traicionado de manera
fehaciente. Generalizo, claro está. Sin embargo, creo que es muy
diferente el efecto de una bofetada a la de esos golpecitos, también
estereotípicos, que dan las mujeres en el pecho del agresor del
honor-orgullo macillado.
La
bofetada, el tocar el rostro, tiene como objetivo reducir al otro o
exigir satisfacción. Una satisfacción que va mucho más allá de la
bofetada misma. Todo lo anterior lo pienso después de haber visto la
manera en cómo un funcionario público, el gobernador de Chiapas,
abofetea a uno de sus colaboradores sin que éste pretenda siquiera responder. Esa estampa que nos ha regalado el tiempo de las redes
sociales expresa más que el hecho mismo. Parece una síntesis, un
abstract, del ser nacional o
regional. El hecho refleja una superioridad moral y de clase que en
esas zonas del país se ha mantenido de manera más o menos intacta a
pesar del paso de los siglos. La idea del indio como inferior (y ya
ni siquiera en términos culturales o de identidad de grupo, sino
sólo de color de piel: el asistente es moreno) es algo que prevalece
y que ha sido reflejado de manera constante en la literatura y los
discursos que provienen de esa zona del país. Desde el Balún
Canán de Rosario Castellanos,
pasando por Al son de la marimba de
Juan Bustillo Oro y hasta el video del rubio gobernador.
La
bofetada de éste no pide reparación de un daño o exigencia a un
honor supuestamente mancillado. Representa la convicción de que el
otro sobre quien ejecuta la acción carece por completo de honor y,
por tanto, de valor en el contexto en el cual se da la escena. Para
él es un objeto que no ha cumplido con su misión, un engrane que ha
fallado. No lo reconoce como igual, ni siquiera en términos de ser
humano.
Y,
sin embargo, la conclusión de este episodio ha sido más bien
tragicómico: en un video posterior aparecen ambos protagonistas escenificando un cuadro en dónde, como si fuesen colegiales de secundaria, el agresor le pide al agraviado que le “regrese” la bofetada. Una forma de decir “no pasa nada, así nos llevamos”.
El agraviado le da dos y la segunda hace enrojecer a quien algunos
miran como posible candidato futuro a la Presidencia de la República.
Ese sonrojo devuelve a la bofetada su naturaleza primera y su
objetivo primordial: pedir reparación o afrentar el honor del otro.
Lo primero no ocurre, parece evidente que el agraviado en primera
instancia no pretende que el gobernador “reciba su merecido”; lo
segundo, en cambio, opera a través del sonrojo que se refleja en el
rostro del poderoso cuando se da cuenta que permitir lo que está
ocurriendo afrenta su honor (la idea de ser abofeteado por un indio,
dentro del imaginario colectivo-social-histórico, se entiende).
Y, no obstante, todo es pantomima. Una representación ensayada que
intenta disfrazar lo real de un hecho anterior. Teatro para los que
se indignan (se ven despojados de su dignidad por la proyección que
hacen a favor del cacheteado). La única diferencia es que aquí más
que el aplauso del público (la opinión pública que refleja sus
juicios a través de las redes sociales, por ejemplo), lo que hay es
un silencio y una burla a ultranza que opera como el guante blanco
justiciero. Falta ver la manera en cómo el nuevo agraviado responde.
Ojalá no lo haga como primer mandatario.
1 comentario:
Idola
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