“Fue un rebelde hasta el último suspiro”, ese es el epitafio
en la tumba de Joseph McCabe. Fue éste un sacerdote franciscano que vivió entre
los años de 1867-1955. Ingresó a la orden religiosa a los 15 años pero, debido
a una fuerte crisis de fe, decidió colgar los hábitos y dedicarse a cuestionar
muchos de los supuestos e irracionalidades que son tomadas sin demasiado
espíritu crítico desde el interior, incluso, del propio cristianismo. Es en ese
afán que escribe una pequeña obra que da noticia de la manera en cómo el mal,
asociado en el mundo judeocristiano con Satán o El Diablo, se desarrolló y
manifestó como una idea poderosísima al interior de la fe cristiana.
A lo largo de
seis capítulos, el autor desarrolla una sucinta historia del nacimiento,
crecimiento y manifestación de Satán en la cultura occidental. Desde la
relación que se encuentra con los mitos de la creación en las civilizaciones
antiguas: Mesopotamia, Egipto; hasta la manera en cómo en pleno siglo XX se
intentaba asustar con posesiones y manifestaciones corpóreas de Satán en personas
o reuniones que mantenían con éstas.
Llama sobre
todo la atención acerca de la capacidad que tenemos de argumentar alrededor de
una idea sobre la que deseamos crear expectativa y certidumbre. Datos curiosos
se muestran a lo largo de todo el texto, como la determinación del número
exacto de demonios que desertaron del reino de los cielos:
“No sabemos a ciencia cierta el
número de demonios que se pusieron bajo la bandera de Satán. Algunos hombres
santos de la Edad Media llegaron a la conclusión de que había 6666 legiones de
ángeles y que cada una de ellas se componía de 6666 soldados y oficiales. Satán
se llevó a un tercio, es decir, 133306668. Pero otros estudiosos dijeron que
sólo 44435566 ángeles se convirtieron en demonios, de modo que la cuestión no
se ha zanjado todavía. Pero después de todo lo que hemos contado, no permitan
que nadie les diga que toda esa teoría de los demonios afanándose por las almas
de los hombres es ininteligible y que le impide aceptar la fe cristiana”.
Una de las cosas que sobresalen dentro de esta relación es
la manera en cómo el mal está íntimamente ligado a los placeres carnales, a la
corporeidad de los seres humanos. En ese sentido, la tentación sexual es la
puerta de entrada a la influencia de los demonios sobre los hombres. Y
pareciera que aquí el genérico “los hombres” no aplica para la humanidad
entera, sino solamente para los varones. La mujer es vista, durante mucho
tiempo, como el vehículo e instrumento del demonio. Se le considera débil y esa
debilidad es la causa de que ceda a las tentaciones y abandone el camino de la
búsqueda del bien. A partir de premisas como estas es que se halla explicación
a usos y costumbres como el de tener que usar velo dentro de las iglesias:
“Las ciudades estaban repletas
de invencibles agentes de Satán. Pablo ordenó que las mujeres debían llevar la
cabeza cubierta en la iglesia para que el diablo no pudiera entrar en ellas por
los oídos, o bien, como no parecía justo para los hombres el dejarlas abiertas
para esta suerte de invasión, se les puso un velo a las mujeres para que, al
decir de otro comentarista, su brillante pelo azabache no llamase la atención
de algún demonio íncubo lascivo y errante”.
Y he aquí que el origen del mito de los vampiros recurre a
creencias asociadas con las inofensivas, para el ser humano, lechuzas. Los
pequeños mensajeros del mundo de Harry Potter dieron origen a uno de los mitos
más persistentes de la historia de la humanidad y de la literatura en
particular:
“Strix es la palabra griega para la lechuza blanca, pero era una
creencia del pueblo que esta lechuza chupaba la sangre de los niños. De esta
imagen, el pueblo pasó a creer en la existencia de strigae o vampiros sobrenaturales, a menudo hombres o mujeres
muertos que salían de sus tumbas por la noche en pos de la sangre de los vivos
y que combatían la vejez consumiendo la sangre de vírgenes a las que
sorprendían mientras dormían”.
Multitud de estos ejemplos y relaciones son puestos de tal
manera que nos damos cuenta de cómo la idea del mal se ha construido, muchas
veces, sobre una serie de disparates que no resisten el análisis racional. Un
personaje de estos que suelen explotar la credulidad de la gente llevó al
extremo la pretensión. Creó un personaje ficticio con una historia que hizo que
el propio Vaticano creyera en su existencia: el autor de la travesura se llama
Léo Taxil y el personaje en cuestión, Diana Vaughan. Taxil logró que la iglesia
adoptara una serie de disparates publicados a manera de folletines “reveladores”,
lo que le granjeó una buena fortuna al autor del timo, que atacaba la
influencia que los masones tenían en la sociedad. Una relatoría de este caso se
presenta al final de la edición como un documento digno de ser revisado.
Sin más, Breve historia del satanismo es un texto
que confronta al mal, o a la idea que durante siglos se construyó de éste, a
partir de dos armas letales y efectivas: la ironía y el ridículo. Sin que éstas
estén despojadas de la seriedad que el tema amerita.
Joseph McCabe, Breve
historia del satanismo, Barcelona, Melusina, 2009.
2 comentarios:
Gracias por compartir. Es un tema en el que estoy muy interesada últimamente. Besos!
Contestando comentarios en el blog. Me siento tan diez años más joven. :-)
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