Un fragmento del
cuento “Experimento 18681” resume en gran parte la propuesta que
Ruy Feben (Ciudad de México, 1982) presenta en su libro Vórtices
viles: “Tienes problemas más
importantes que atender. El primero: este juego lo gana quien escapa
antes de su final. O sea: este juego no lo gana nadie. Ulises ya
murió, yo eventualmente podré el último punto y tú, bueno, tú
estás prácticamente condenado. Por eso te quedarás hasta el final:
porque quieres saber cómo es que pierdes”. Este volumen de cuentos
se hizo acreedor al Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2012 y con
sobradas razones. De sus páginas emergen relatos que se ubican en el
espacio de aquello que sólo se puede expresar a través de la
literatura, historias que encontrarían dificultades para ser
traducidas a un código o medio distinto, léase cómic, cine o
cualquier otro.
Existe
en cada uno de los relatos la intención de establecer un pacto con
el lector que no le brinda demasiadas concesiones. Los cuentos son
inteligentes, rezuman barroquismo elaborado en sus descripciones y
vericuetos narrativos. Exigen atención absoluta, concentración; no
es un libro para buscar el sueño, sino para despertar la posibilidad
del asombro, de la duda, en últimas, de la imaginación.
Los
espacios desde los cuales Ruy Feben plantea sus tramas son múltiples
y, la mayoría de éstos, inubicables en términos físicos: el
sueño, la memoria, la locura, la especulación científica, el
pastiche, la incertidumbre, lo extraño. En ese sentido, se añade su
nombre a tradiciones que incluye a autores como Amparo Dávila, Juan
José Arreola, Mario Levrero y, de manera más cercana
generacionalmente, Alberto Chimal.
Los
temas abordados refieren al amor mal correspondido y peor asimilado
(“La tarde de los edificios intactos”); la muerte o la sospecha
de ésta (“Manual del ejecutivo de ventas: misión y visión”,
“Siete cosas sobre Jerónimo”); la coexistencia de mundos de
referencia distintos (“Krow”, “El Aqueronte”); la imaginación
llevada al nivel del bestiario y de las ciudades-sociedades
imaginarias (“Vida de los guara-bototí: nueva luz sobre un caso de
aislamiento voluntario”, “Presagio”); la atención
psiquiátrica, la locura, la confusión de los sueños y lo “real”
(“Saudade”, “Hipocampo”); la superposición de planos que
significan la vida a través de la memoria (“Los mudos”).
Feben
tiene una capacidad evidente para generar imágenes poderosas (“El
terror de Jarillo se materializó hasta pesar lo que pesa el fósforo
que un cerillo pierde al encenderse junto a un galón de gasolina”)
y, más allá, para encadenar una imagen tras otra en un reto al
lector que adquiere un carácter lúdico al que no se puede
renunciar: “[...] mejor mira tú también el contenido de la caja.
Mira la cosa que hace tic-tac. Antes de verla, imagínate un patito
de cuerda caminando sobre el cartón y rematado con la frase
“Recuerdo de Tuxpan, Michoacán”, o ese metrónomo, o ese
teléfono vibrando con una llamada para un número equivocado, o el
corazón palpitante de un monstruo mítico, o el de una tal Penélope
esperando en una isla, el temporizador con el que podrías ayudarte a
hacer unos deliciosos huevos tibios. Imagina lo que prefieras,
escondido detrás de un tic-tac que retumba en el mundo. Imagina un
aparato tan ridículo como puedas. ¿Ya? Bien: ahora mira la cosa que
de verdad está ahí adentro”.
Los
dos fragmentos anteriores provienen del texto que más me gustó del
conjunto: “Experimento 18681”. Hay ahí un riesgo formal que se
traduce en saltos vertiginosos de voces y tipo de narrador que nos
obliga a mudar de perspectivas de manera continua y vertiginosa; del
omnisciente al testigo colectivo a la apelación a la segunda
persona. El tema es por demás apasionante: la convivencia entre el
mundo de la ficción y el lector. En cómo la palabra escrita
condiciona la manera en que quienes leemos vayamos transformando el
sentido de esa lectura y de cómo, también, el autor de esas
palabras tiene la capacidad de “manipularnos” más o menos a su
antojo. Un tema que ya Kundera ha abordado en su Jacques y
su amo, alusión a su vez de
Jacques, el fatalista de
Denis Diderot.
Ruy
Feben es alguien cuya pasión radica en la escritura. Una escritura
que practicó de manera prolífica y consistente en varios blogs y
publicaciones de signos diversos. Esa práctica constante lo han
hecho poseedor de herramientas y mecanismos para retar
intelectualmente a su lector, para conseguir que éste se involucre
con sus textos más allá de lo anécdotico o entretrenido de sus
historias. Hay madera buena en este autor, suficiente y de calidad
como para construir mundos complejos similares a los incluidos en
este libro. Que así sea.
Ruy
Feben, Vórtices viles, México,
FETA, 2012.
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