Ahora que el norte del país se encuentra en crisis
energética, el papel de los mineros que laboran en las explotaciones de carbón
adquiere nueva relevancia en cuanto el mineral se ha convertido en una de las
opciones más viables para solventar la falta de gas para generar electricidad.
Esas minas de carbón han existido por siglos en diversas zonas del norte de
México, sin embargo, el estado de Coahuila tiene una tradición bastante nutrida
al respecto.
De Coahuila
precisamente es Román Guadarrama (Nueva Rosita, 1963), a quien la Secretaría de
Cultura de ese estado le ha publicado en el año de la pandemia su libro Cuentos
de la Mina Seis. Este volumen tiene como eje principal, tal como su nombre
lo indica, el contexto minero de Coahuila, en especial de la zona aledaña a
Nueva Rosita. Es un volumen que incluye 18 textos que relatan historias
diversas, pero todas con el común denominador de ocurrir en esa zona del país.
Decía
García Márquez, o alguno de sus exégetas, que la mejor forma de escribir sobre
cuestiones y problemáticas humanas, globales, universales, era, precisamente
hablar sobre lo que más se conocía. Sobre el contexto local en donde el
escritor crece y en donde comienza a percibir a través de sus posibilidades de
mediador entre la memoria, la ficción y la realidad, la forma de preservar esas
historias. Guadarrama consigue, desde mi perspectiva, aportar en la
preservación de esa memoria colectiva.
Porque si
algo no se puede negar al hacer la lectura de este volumen es que la tradición
oral del relato está muy presente. Se percibe una arqueología de anécdotas e
historias que se cuentan de padres a hijos, de abuelos a nietos, o de amigos a
amigos ante la botella de mezcal en alguna de las muchas cantinas que hay en la
región. Abundancia de la cual dan noticia muchos de los relatos incluidos en el
volumen.
Ese
recopilar de historias con ascendencia popular y propias de la memoria
colectiva, implica decisiones que el autor aborda de manera adecuada: una de
ellas es no ceder ante la corrección política en términos de lenguaje o de los
contextos que describe al contar lo que cuenta. Tenemos una literatura que
exuda testosterona y machismo por parte de sus personajes. Los hombres que
aparecen en los cuentos expresan su amor, su deseo, su rabia, su valentía o su
fracaso a través de un machismo que es endémico incluso por la época que
refieren algunos de sus relatos.
El hecho de
que la percepción de lo oral aflore en los cuentos no implica que no exista
talento o capacidad para el uso de las herramientas que la ficción provee, nada
de eso. Las historias son entretenidas, rehúyen el aleccionamiento moral o de
otro tipo, no se preocupan por ser explosivas o hiperbólicas en búsqueda de un
final sorpresivo. Son lo que son: buenas historias.
Acudimos a
la trama de un entrenador extranjero de beisbol cuyo peregrinar y florituras
lingüísticas se deben a la constante persecución de una prostituta que lo atrae
y lo repele de tiempo en tiempo condenándolo a un interminable peregrinar; las
disputas laborales por la seguridad en los tiros de las minas, disputas que se
recrudecen con la explosión sorpresiva o la muerte como tributo de los
habitantes de esa tierra a sus profundidades; cuentos de aparecidos que buscan
la salvación o la confirmación de su propia muerte; la crónica de cómo la
industria fundó nuevas ciudades aunada a la fortuna o la ruina de sus habitantes;
hombres alcoholizados cuya rabia anima a abrir en canal a sus agresores; familias
que sobreviven con las becas escolares de sus hijos; prejuicios de los abuelos
con respecto de los zurdos y sus maldiciones; historias que reconstruyen los
mitos del Lejano Oeste, pero en el norte mexicano; muebles malditos por quienes
los usaron a lo largo de toda su vida; la integración de los adolescentes a la
dura vida laboral por haber ganado apuestas que terminan en matrimonio; hombres
y mujeres cuyas vidas giran alrededor, dentro o influidas por la actividad de
la minería y la explotación del carbón.
Cuando era
niño escuchaba a mi padre conversar con otros trabajadores del campo acerca de
muy diversos temas. Había una frase que siempre imponía atención: “¿se saben el
cuento de…?”, a esa voz todos los oídos reaccionaban con el silencio que
presagiaba una historia interesante. La mayoría de las veces lo eran. Yo
pensaba en aquel entonces que “cuento” era sinónimo de “chiste” y siempre
quedaba frustrado por los desenlaces anticlimáticos o repentinos de las
historias que se contaban en el corrillo del almuerzo entre faena y faena.
Mucho después entendí el sentido de la palabra, implicaba contar algo, relatar
un suceso que funcionaba como encarnación de la memoria y, ahora lo sé, de la
identidad de ese grupo de personas. Creo que el trabajo de Román Guadarrama
deriva por esos senderos: es un documento que nos sirve para preservar y
visibilizar las historias, lenguaje, modos, costumbres y visiones del mundo de
los habitantes de la zona minera de Nueva Rosita y sus alrededores. Un trabajo
que alguien debe de hacer y que, aquí, cumple con su cometido.
El libro lo pueden descargar gratuitamente aquí:
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