jueves, junio 21, 2018
Retorno a lo básico
Ayer un post de mi compa Rafael Villegas dio voz a algo que vengo pensando desde hace un rato: tengo (tenemos) la cabeza llena de ruido. La proliferación de contenidos y la saturación de estos nos ha convertido en seres atentos a miles de estímulos simultáneos que, a veces, no estamos dispuestos a reconocer o a atender siquiera.
Hay una gran violencia en las redes sociales. La posibilidad de emitir opiniones a diestra y siniestra sobre una cantidad ingente de temas nos ha hecho hablar a lo pendejo de cosas que ignoramos profundamente. Como decía el que dijo: las opiniones son como los culos, todos tenemos uno. Y, a veces, esas opiniones son lo que sale normalmente por el culo.
Durante mucho tiempo, más de diez años, este espacio fue un refugio y un canal para lanzar botellas al mar. Ese mar se llama internet. Y como los mares reales, hoy está lleno de islas que acumulan basura. De informaciones no pedidas. De opiniones que no se comparten por contravenir cosas fundamentales de lo que me define como ser humano, como latinoamericano, como mexicano, como usuario de internet: xenofobia, machismo, racismo, clasismo, intolerancia.
Alguien publicó en redes sociales un meme que es un chiste efectivo porque desnuda una realidad de lo virtual contemporánea. Dice algo como: "Finalmente alguien ha diseñado un meme que no ofende a nadie" y enseguida se muestra un cuadro en blanco. La libertad de expresión es hoy una araña de múltiples patas. Y también venenosa. No se confundan: no estoy diciendo que hay que impedir que la gente diga lo que piensa; por el contrario, creo que se han hecho ya suficientes sacrificios como para echarlos en saco roto. Lo que intento decir es que cada vez hay más personas que creen que expresar lo que piensan equivale a emitir una verdad que deba ser asumidos por todos aquellos receptores de tal opinión. Cuando los disensos aparecen se nos revela otra verdad: no sabemos argumentar, no aprendimos a discutir, nos aterra dialogar, no concebimos la posibilidad de estar equivocados, no sabemos construir una sana convivencia que pueda alcanzar consensos.
Que eso ya ocurría en la vida real, es cierto. Pero en ésta al menos teníamos la posibilidad de darle la vuelta a esas personas que nos repelían lo suficiente como para no vernos obligados a convivir con ellas. Pero en el mundo virtual, a veces, resulta imposible. Están ahí, al acecho. Esperan el momento adecuado para escupir, o al menos eso queda en mi imaginación cuando los leo, sus verdades incuestionables.
¿Se han dado cuenta de cómo, cuando escribimos una actualización en Facebook, las actualizaciones de los demás estados siguen apareciendo sin pausa? ¿Se han percatado de cómo un video al que han dado play y después deciden abandonar para continuar explorando su línea de tiempo se coloca a un margen y se sigue reproduciendo? No hay pausa en ese vertiginoso laberinto de opiniones sin fin. No hay la posibilidad de respirar por un instante, pensar de manera detenida y sin demasiada interferencia lo que se quiere decir. La interferencia (el ruido, la saturación) está todo el tiempo presente y afecta, por supuesto, la calidad y el contenido de lo que se dice al final.
Eso no ocurría en los blogs. Cuando escribía en la caja de texto de este blog no tenía toda esa marea de voces rodéandome y contándome cosas variadas sin orden ni sistema. Podía enfrentarme a un espacio en blanco en donde, con respiración pausada y repitiendo en mi cabeza dos veces lo que quería decir, lo escribía. Y la botella llegaba al destinatario. O a alguno que leía eso que había pensado sin interferencias simultáneas y opinaba después de leerlo.
A algunos quizá esto les suene a lamento anacrónico. A una reedición de la pugna desnudada por Eco entre los apocalípticos y los integrados. Quizá algunos, recurriendo a su bagaje de memes, esté ensayando un "100tc señor" (no es raro, ni está mal, yo lo he hecho). Pero hoy he decidido que quizá de vez en cuando puedo permitirme una respiración pausada, una reflexión cuidadosa, un pensar más de una vez las cosas y venirla a escribir.
Retorno al blog. Es una estancia de puertas abiertas. Aquí, como desde hace más de diez años, los espero. Respiren, tómense ese café sin prisas. Acepta este abrazo, quizá también, anacrón
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