jueves, febrero 19, 2015

Memoria


Caigo en la cuenta de que soy un desmemoriado. Me ocurre con muchas cosas. Lo más vergonzoso es cuando alguien se acerca a saludarme, con una familiaridad tal que quien observa casi apuesta que somos los mejores amigos de la vida, y descubrir que no tengo la más remota idea de quién es aquel que me dice: “estás igualito” o “te ves muy jodido”. Me pasa también en las redes sociales. En donde el martirio es más extenso. Llega un mensaje: “Hola, ¿te acuerdas de mí?”. Hurgo en mi memoria y no, en definitiva no sé quién está del otro lado. Voy al perfil del misterioso visitante: veo sus fotos personales, las fotos de sus hijos (la mayoría de mis contemporáneos ya los tienen), mascotas juguetonas y, a pesar de eso, sigo sin tener idea. Veo quiénes son los amigos comunes. La situación se mantiene sin cambios.  
          Frente a esta situación antes intentaba adivinar: “Dame una pista”. Y el otro, ofendido porque me había reconocido y yo a él no, comenzaba con un juego que pronto adquiría visos de tortura medieval. Todo radica, también, en el exceso de cortesía mexicana. En que decirle al otro abierta y llanamente: “no tengo la más remota idea de quién seas” ahondaría en su laberíntica soledad al saberse anulado en la memoria de uno. He optado por no dar tantas vueltas y decir: “no me acuerdo de quién eres, si me das referencias probablemente pueda ubicarte”. No es soberbia, es mala memoria. Lo juro.
          Podría hacer lo contrario: fingir que en realidad sí me acuerdo y de manera natural platicar como si hubiera sido el día anterior cuando compartimos la mesa, la chela o la novia. Pero el temor a ser descubierto me empuja a no hacerlo. Prefiero quedar, en la concepción del otro, como un mamón desmemoriado que como un cretino mentiroso. Incluso he imaginado una historia: una chica que contacta tipos sin conocerlos fingiendo lo contrario; cuando encuentra uno que le sigue el juego lo enreda en su simulacro y termina matándolo. Un giro sería que, en realidad, el tipo sí la conociera y ella se diera cuenta de su error cuando fuera demasiado tarde. Como yo, sintiéndome fatal cuando platico con alguien a quien no recuerdo y éste se va con la peor impresión. Y entonces la sinapsis ocurre y recuerdo, pero es demasiado tarde. Y sólo repito para mí: “¿cómo pude haberla olvidado? La vida sin ella no habría sido la misma” o “estúpido que soy, si convivimos por más de un año”. Así he perdido, seguro, oportunidades laborales, profesionales, amistosas y amorosas. Las afinidades electivas de la pesada memoria.  

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