Por diversas razones
he pensado este día en la muerte. No se alarmen, lo digo en sentido
de reflexión acerca de cómo esta idea tiene pertinencia dentro de
la concepción del ser humano. Una de las razones fue para ayudar en
su tarea a una exalumna. Le pidieron preguntarle a varias personas
qué consideraban que definía al ser humano. Le respondí que era la
conciencia de su propia finitud, es decir, el ser humano sabe que va
a morir y de ahí muchos de sus comportamientos. También que podía
expresar su conciencia de pertenecer al mundo a través de un
lenguaje complejo, pero lo que más quedó resonando en mi cabeza fue
la cuestión de la muerte.
Luego platiqué con
unos colegas en el trabajo acerca de la locura que habita en todos y
cada uno de los humanos. En las circunstancias que llevarían a una
persona a explotar y llevar sus frustraciones o su desorden mental
hasta el grado del asesinato. Y bueno, afloró el nihilista que
habita en mí y les expresé una idea que regresa de manera cíclica:
la especie humana está condenada a la extinción. Con mucha
probabilidad no nos tocará verlo, o tal vez sí (eso también nos
hace humanos: la capacidad para sorprender a los otros con actos
inspirados por la estupidez y el fanatismo), pero que yo no le daba a
nuestra especie más de doscientos años. Y que, a pesar de los
esfuerzos de algunas personas poderosas por buscar planetas que
habitar cuando el actual esté arruinado, no alcanzaría el tiempo
para encontrar otra opción de sobrevivencia. Tal vez mi visión sea
de un pesimismo horrendo, pero dadas las actuales circunstancias me
parece un diagnóstico incluso optimista.
Otra razón fue la
naturaleza religiosa del día de hoy. Miércoles de Ceniza dentro de
la tradición católica. El símbolo que representa el inicio del
recogimiento antes de la celebración de la Semana Santa que es, a su
vez, la celebración de la muerte del Mesías cristiano. Pero también
de su resurrección, es decir, del cuestionamiento de su naturaleza
humana. Y aparece entonces la idea de la esperanza: creer que existe
la posibilidad de que la muerte no sea el fin. Pero esa vida más
allá de la muerte no se concibe en términos materiales, baste
aludir a la sentencia de la imposición: “Polvo eres, en polvo te
convertirás”. Me parece una de las cosas más hermosas de esta
tradición religiosas, el momento en el cual una autoridad reconocida
(el sacerdote) le recuerda al ser humano su finitud y su, en cierta
medida, insignificancia.
Me gusta porque
también recuerda el lazo indisoluble que tenemos con el suelo que
pisamos, lo que nos une a este planeta de polvo, ceniza y agua. En
polvo nos convertiremos, todos, incluso los soberbios que se resisten
y sufren con la idea de la muerte. Más allá de doscientos años, si
mis cálculos resultasen ciertos, flotaremos en medio de las
estrellas convertidos en polvo estelar. El polvo producido por la
muerte que le infringimos a nuestra propia casa. Cenizas celestiales.
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