A mis saltamontes,
sobre todo a los
menores
de edad que no pudieron votar.
Después de la terrible jornada del 1 de julio (los años
venideros darán las razones del porqué) quedan varias cosas necesarias de poner
sobre la mesa de la reflexión, la autocrítica y la necesidad de proyectos a
largo plazo.
Lo obvio
Existieron anomalías cuya referencia fueron a los años en
los cuales el PRI conseguía refrendar su hegemonía de partido único: compra de
votos, coacción, amenazas veladas, robo de urnas, validación de una estructura
fundamentada en el reparto de prebendas y puestos menores, entre las más
evidentes. El adelanto de resultados por parte de la autoridad electoral, el
pronunciamiento triunfal del candidato del PRI, el refrendo de tal postura por
parte de la Presidencia de la República. Esto si hablamos de lo ocurrido durante
la jornada electoral de este domingo. Lo otro es más complejo y menos
clandestino.
¿Y qué es lo otro? La falta de
operatividad en lo que respecta a denuncias de exceso de topes para gasto de
campaña, inequidad en los contenidos editoriales de los medios de comunicación,
manipulación hoy aceptada de las encuestas de intención del voto. Estas
denuncias corresponde solucionarlas tanto a la Fepade como al IFE. Sin embargo,
la morosidad, omisión o desecho de la mayoría de estas denuncias (ojo, tanto en
lo que respecta a la elección federal como a las locales) hizo que se pasaran
por alto, de manera sistemática, la mayoría de éstas. La resolución de tales
controversias se definirá hasta que el proceso electoral haya concluido. Y no
hay que pasar por alto que esto incluye a las denuncias hechas incluso en
contra del candidato de Movimiento Ciudadano.
Esto nos permite también hacer
una reflexión con respecto de cómo se permitieron todas estas cuestiones, a
todas luces incoherentes con una democracia consolidada. Hay una red de
complicidades detrás de los acuerdos entre partidos. Algo que puede resumirse
con un “si no te metes con nosotros, no lo hacemos contigo”. Máxima que
funciona hasta que el control de daños empuja el reclamo de tales irregularidades
mientras se ausenta la autocrítica.
La coyuntura
Existe en el momento actual un malestar evidente y
justificado con el resultado del proceso, tal como se llevó a cabo y antes de
la revisión de las actas distritales del día de mañana. Los ecos resuenan en
las redes sociales, en las comidas familiares, en los centros de trabajo, en
las discusiones de los “especialistas” de los medios. Las posturas van desde la
revuelta armada, la revuelta civil, la necedad reeditada, la resistencia
pacífica, el asalto al IFE, la manifestación desbordada.
Y ese es el
adjetivo que cabe para la situación actual: el desbordamiento. La catarsis
inmediata por un resultado contrario; inesperado y desesperanzador con respecto
de sus confianzas más íntimas. Es decir, campeaba un sentimiento de confianza
esperanzada con respecto del proceso del domingo: la idea de que los resultados
fueran distintos. Como no lo fueron, la indignación es enorme. Pero es una
indignación matizada con un grito que resulta contradictorio: ¡ya sabíamos que
iba a pasar! Es decir, se sabía que ocurriría, pero se tenía la esperanza de
que a último momento no fuera así.
Y ha comenzado
un momento de crisis y de rompimiento del tejido social. Sobre todo en los
espacios en los cuales esa indignación puede ser expresada: las redes sociales,
las reuniones partidistas, el seno de los movimientos sociales de diverso
signo, la estructura de base de los candidatos, etcétera. Esa expresión de
inconformidad se manifiesta, sobre todo, en las capas medias y altas. El otro
México, el México profundo de Bonfil Batalla para no dejar pasar la oportunidad
del cliché, no se manifiesta ni parece sorprendido. Son los responsabilizados,
también, de haber permitido el fraude al haber vendido su voto (y su dignidad,
dicen los más encendidos).
Paremos un poco
aquí. En esas imágenes que muestran a indígenas que se tapan de la lluvia con
paraguas tricolores con la impresión del rostro del candidatote. Pensemos en
las mujeres que votaron porque éste era “el más guapo”. En los operadores que
acarrearon y compraron el voto de ciudadanos esperanzados en la promesa de un
pago inmediato y un compromiso a mediano plazo. ¿Qué es lo que ha permitido que
esto ocurra? Por un lado, el sistema de partidos; por el otro, la ausencia de
ciudadanía (regreso al final del texto a esto).
Una cuestión
más que anima la discusión tiene que ver con una precepción que se vuelve
argumento: “toda la gente que conozco votó por AMLO, ¿cómo pudo ganar Peña
Nieto?”. Una respuesta que suena a provocación es: “por toda la gente que uno
no conoce”. Hay un fenómeno que deberá ser estudiado con respecto de los
espacios de influencia y percepción que tejen tanto las redes sociales cerradas
(como Facebook, donde uno decide con quién tener relaciones de intercambio de
información) como las abiertas (como Twitter, que sería en todo caso
parcialmente abierta: uno decide a quién seguir leyendo y a quién ignorar). La
interacción en estos medios crea un espacio de seguridad para las creencias y
gustos propios. Elementos a considerar en este sentido: la enorme cantidad de
personas que no tienen acceso, ya no digamos a redes sociales o internet, sino
a energía eléctrica o servicios básicos. Es en esos numerosos desconocidos en donde
se fragua la compra, la coacción y el acarreo de votos. ¿Y cuáles son los
elementos que permiten que los votos de esas personas sean comprados? Decir el
hambre y la ignorancia suena políticamente incorrecto. Pero es eso: el hambre y
la falta de educación. Los conspiracionistas del “al gobierno le conviene tener
ignorante al pueblo” tendrían aquí un ejemplo para su argumentación.
Una deriva de
ese desconocimiento del otro lo representa el centralismo. Ya no el centralismo
de la Ciudad de México, sino incluso el de los centros urbanos o los
medianamente tecnificados (las ciudades de frontera, p. e.). Si uno revisa los
resultados electorales del PREP en algunas zonas en donde la izquierda no tiene
presencia nos daremos cuenta que sus números son muy pequeños; incluso que
representan a la tercera fuerza electoral en pugna. A diferencia de las
ciudades descritas al inicio de este párrafo en donde tienen porcentajes
incluso por arriba del 50 % de los votos emitidos. Eso implica que la
estructura de los partidos involucrados no tiene la misma fuerza ni estructura
en todas las comunidades del país. En algunos, incluso, los partidos han echado
mano del descontento de los tránsfugas de otros institutos políticos para
tratar de tener presencia. No son casos aislados en donde esas provisionales
alianzas son traicionadas de último momento.
¿Qué es lo que
sigue a partir de esta coyuntura? Es difícil de predecir. Probablemente un litigio
prolongado vía las instituciones que han mostrado su parcialidad pero que
representan el único aparato de apelación por la vía legal; o una revuelta
civil en donde el fantasma de la represión es una de las amenazas más dolorosas
y simbólicas, tanto para los que se encargarían de ejecutarla (un gobierno que
no es del partido electo) como por aquellos que la sufrirían (mos). Pronóstico
reservado.
El futuro
Nadie puede negar que el conflicto poselectoral de 2006
trajo consigo reformas que intentaron corregir situaciones similares a las de aquel
año. Es decir, que se previó que la historia no se repitiera de manera
idéntica. En este sentido, la institución que tuvo mayor responsabilidad fue el
IFE. Sin embargo, para el escenario actual no funcionó con la certeza
suficiente como para evitar las sospechas de parcialidad. Es necesario pensar
de qué manera se pueden eliminar esas sospechas, qué mecanismos se deben afinar
para que las denuncias se atiendan y resuelvan de manera expedita. Esto, desde
los aparatos de justicia “burgueses a conveniencia” como leí en algún post
estos últimos días.
Lo otro es más
profundo. No podemos estar condicionados a la explosión de las pasiones
partidistas o militantes sólo cada seis años. Esas pasiones, mientras no son
conscientes y constantes como parte fundamental de nuestras obligaciones y
derechos como ciudadanos no auguran que la situación cambie en procesos
electorales futuros. Debemos crear ciudadanía y conciencia acerca de lo que tal
cosa representa. Es decir, se debe romper con la visión de súbditos
incondicionales, de manada sin control, de masa manipulable.
El camino a
todo esto es la educación de calidad. El reforzamiento del conocimiento del
pasado y de lo que implica ejercer los derechos que se han ganado a lo largo de
los años en esa persecución del ideal democrático. Esto resulta, ahora, misión
más complicada debido a que, de consumarse la alternancia/retroceso del poder,
el aparato educativo no cambiará de formas de operación, conservando la visión
utilitarista y precaria que ha tenido hasta nuestros días. Educación de calidad
para todos. Sobre todo para aquellos a los cuales hoy se acusa de haber sido
seducidos por la satisfacción de la necesidad inmediata.
¿Qué acciones
tomará la sociedad civil (en donde han surgido manifestaciones impresionantes,
y que marcarán a una generación, como #YoSoy132) para garantizar que aquellos
reciban una educación que los haga replantearse la decisión ética de rematar su
voto? ¿De qué medios se valdrá para que los mecanismos que se ofrezcan no sean
los mismos que se han planteado como simulación estatal en los últimos ochenta
y dos años?
Algunos dirán
que los culpables son los medios. Los medios son eso: medios que permiten la
transmisión de un mensaje que se pretende hegemónico a una masa y que busca una
interpretación unívoca (generalmente inofensiva o inmovilizadora) de ese
mensaje. Pero antes de los medios están los individuos, ésos que pueden
convertirse en ciudadanos. ¿Cómo garantizar que esos mensajes que buscan
implantar una visión del mundo unívoca y afín a los intereses de los dueños de
tales medios no encuentren terreno fértil sino resistencia crítica? Con
educación que fundamente precisamente eso: pensamiento crítico, exigencia del
derecho a disentir y ejercicio feroz de su ciudadanía. Lo demás es seguir
jugando con las mismas reglas que el sistema ha impuesto hasta ahora.
En estos días
he visto las manifestaciones de rabia e impotencia de varios de mis estudiantes
de prepa. Muchos de ellos no pudieron votar porque no tienen edad para hacerlo.
Pero tienen ya, a esta edad, elementos para leer de manera crítica lo que
ocurre en su país. Para que les resulte incomprensible cómo, incluso sus
padres, decidieron regresar a los tiempos de los cuales siempre se han quejado.
Algunos han escrito en sus muros de Facebook que esperan con ansiedad el
momento en que puedan votar para revertir algo en lo que no pudieron
participar. Serán los electores de los próximos comicios. Ellos están listos. Pero
son minoría. ¿Qué estamos dispuestos los demás a hacer para que el resto de
esos ciudadanos en ciernes, y de aquellos que ni siquiera saben que lo son,
puedan ejercer sus derechos de manera responsable? Sugiero una verdadera
(eficaz) revuelta. Yo ya escogí mi trinchera.