Tengo prohibido correr. Es una
cuestión que se relaciona con una lesión en las vértebras lumbares que me
diagnosticaron hace tres años aproximadamente. Las causas de tal lesión fueron
variadas: exceso de sedentarismo, permanencia del cuerpo en una sola posición
(sentado frente a la computadora, como podrán imaginarse), malos hábitos
alimenticios que derivaron en sobrepeso, sobrecarga de esfuerzo de ciertas
partes del aparato muscular y esquelético durante la infancia y la adolescencia,
entre varios. Cuando todo coincidió con una época de estrés terrible derivó en
una crisis en la que pedía a todos los dioses que existieron y por existir que
terminaran con mi tormento; tenía que desbarrancarme literalmente de la cama
para poder realizar las tareas más simples y tratar de seguir con mi vida. Es
obvio que en esas condiciones no lo lograría. La primera recomendación de mi
doctora de cabecera (favorita y querida por razones que van más allá de este
diagnóstico) fue que bajara de peso, llevaba sobre mí una sobrecarga de más de
treinta kilos de los que había que desembarazarme. Así que fui a la nutrióloga.
El desenlace es relativamente feliz: conseguí reducir varias
tallas y los dolores de espalda se hicieron menos frecuente y, sobre todo,
menos intensos. A partir de las recomendaciones médicas me confiné
prácticamente a la natación y por mucho tiempo he disfrutado de esta actividad,
hasta que, hace unas semanas, regresé a la zona de aparatos del gimnasio. La
razón de esto fue porque encontré un aparato que me permite ejercitarme y, al
mismo tiempo, leer. Y no cualquier ejercicio, sino correr, o algo muy parecido,
ya que el aparato evita los impactos contra el suelo que usualmente genera esta
actividad. Para combinar tales tareas, que a la mayoría les parecerían
incompatibles, ha sido de enorme ayuda la iPad. Leer en la iPad mientras se
corre en un solo sitio resulta cómodo, ya que la pantalla requiere de sólo un
toque para adelantar la página. Y así he encontrado una manera de hacer dos
cosas que me gustan al mismo tiempo.
De tal manera, he echado mano de varios textos, pero uno de
los que más he disfrutado ha sido De qué
hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami. Es este un libro en el que
se narra cómo el célebre, denostado por muchos a partir de tal celebridad, escritor
japonés es, también, un corredor de fondo. Y no estamos hablando de un tipo que
se pone los tenis y sale a trotar todas las mañanas. No, hablamos de un tipo
que corre un maratón cada año, que ha corrido durante todo un día para llegar a
la redonda cifra de 100 kilómetros, que se ha aventurado por los caminos del
triatlón.
Es también un libro autobiográfico en el que el autor nos
narra diversos momentos de su vida asociados con las decisiones que ha tomado: regentear
un local de jazz, retirarse de improviso para dedicarse a escribir, inmiscuirse
de manera intensa e interesada en la traducción de diversos clásicos ingleses,
dar conferencias sobre la manera en que escribe y los métodos que utiliza para
esto. Y correr. Sobre todo la disciplina, el dolor, la visión del mundo y el
placer que le deja el hecho de dedicarse de manera constante a correr en los
más diversos lugares del mundo: en Japón, en las islas griegas, en Central
Park, en Italia.
Añadamos a esas recetas informadas sobre la carrera, unos
cuantos consejos sobre la escritura, que en el caso de Murakami es sobre el
hecho de escribir novelas. De cómo prepararse para una carrera equivale un
tanto a desarrollar las páginas de una novela. Y que esa carrera puede resultar
un verdadero éxito de acuerdo a lo que el autor/entrenamiento se haya
planteado. O un rotundo fracaso. O que, en el peor de los casos, se tenga que
abandonar porque algún imprevisto, igual un calambre que una idea que no progresa,
evita que lleguemos a vislumbrar la meta.
En otro orden de ideas, habla de la manera en cómo encaramos
el mundo. En qué estamos dispuestos a hacer para tener un mejor nivel de vida,
una vida plena. Si estamos dispuestos a sacrificar aquello que nos causa placer
pero reduce nuestro goce momentáneo. A sufrir dolores que al final se traduzcan
en recompensas que se vuelvan contrapeso gozoso a la meta obtenida tras tal
método.
Al igual que “El perseguidor”, el cuento de Cortázar que
juega a ser jazz, el libro de Murakami juega a ser al mismo tiempo un
entrenamiento y el desarrollo de una carrera. Después de pasar las primeras
páginas y tomar vuelo en la lectura no queda más que llegar al final. Y el
final es uno del cual no podemos renegar. En la meta hemos aprendido algo. O
bien lo que debemos tener en cuenta para comenzar a correr, o la manera en que
podemos afrontar un proyecto literario, o, en última instancia, la manera en
que nos gustaría aprender a morir si queremos llevar una vida plena.
Pienso que escribiré esto mientras la camiseta completamente
empapada de sudor se me pega al cuerpo y sigo moviendo los pies en este nuevo
descubrimiento. Un libro inspirador que anima a seguir adelante, mientras la
vida y el camino que ésta traza lo permiten. Corran (literalmente) a leerlo.
[Un fragmento:
A veces la gente me dice: «Llevando siempre una vida
tan saludable como la suya, ¿no le parece que llegará un momento en el que ya
no podrá seguir escribiendo novelas?». Cuando estoy en el extranjero, esto no
me ocurre casi nunca, pero parece que en Japón hay bastante gente que opina
así. Es decir, que escribir novelas es una actividad poco sana y que los
escritores tienen que llevar una vida lo más insana posible, bien alejados del
orden público y de las buenas costumbres. De este modo, rompen con todo lo
mundano y consiguen acercarse a las cosas más puras, que poseen valor
artístico. Esta suerte de tópico está muy arraigada en la sociedad. Al parecer,
con el paso de los años se ha ido forjando este esquema de «artista=insano
(degenerado)». En las películas y en las series de televisión aparece a menudo
esta imagen estereotipada (legendaria, si lo digo con propiedad) del escritor.
En líneas
generales, estoy de acuerdo con la idea de que escribir novelas es una labor
insana. Cuando nos planteamos escribir una novela, es decir, cuando mediante
textos elaboramos una historia, liberamos, queramos o no, una especie de toxina
que se halla en el origen de la existencia humana y que, de ese modo, aflora al
exterior. Y todos los escritores, en mayor o menor medida, deben enfrentarse a
esa toxina y, sabedores del peligro que entraña, ir asimilándola y capeándola
con la mayor pericia posible. Porque sin la intervención de esa toxina no se
puede llevar a cabo una auténtica labor creativa en el sentido verdadero del
término (les pido perdón por la extraña metáfora que ahora emplearé, pero puede
parecerse al hecho de que la parte más sabrosa del pez globo sea precisamente
la más cercana al veneno). Y a eso, se mire por donde se mire, no se le puede
llamar una actividad «saludable».
Dicho de otro
modo, por su origen, los actos artísticos contienen en sí mismos agentes
insanos y antisociales. Admito esto sin paliativos. Precisamente por ello, no
son pocos los autores (y en general los artistas) que se degradan en relación a
los estándares que marca la vida real o que se envuelven en el hábito de lo
antisocial. También esto puedo comprenderlo. O, mejor dicho, son fenómenos
innegables.]
Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr, Barcelona,
Tusquets, 2010.
4 comentarios:
Corro, corro cuando estoy contenta,
cuando estoy triste, corro cuando estoy ausente
Corro para darme cuenta de como se sienten mis pies
y la fuerza de mis piernas
Corro cuando necesito desaparecer sin apresurar nada
Corro cuando no es necesario decir nada
Nunca me había sentido tan viva, sintiendo la lluvia
y Corro porque mis pies me traicionan
pero ya no quiero huir ni esconderme
Descubrí a Murakami este verano y me hechizo. Comencé leyendo Tokio Blues y después han venido varios titulos más: After Dark, Kafka en la orilla, etc. Ayer compré el libro 1 y 2 de 1Q84. No sé cuando lo empezaré.
Gracias a la lectura de Tokio Blues me volví a acercar a un clásico que tenía olvidado: The Great Gatsby. Lo leí con nuevos ojos y absorbió mi energía por un día. Me da gusto ver que por fin escribes algo Murakami. En días pasados, justo pensaba en algo así, ¿Por qué no escribira algo sobre Murakami? ¡Y ya ves! Entro y me da mucho gusto leer que mis pensamientos se hicieron realidad.
Jo: re-lindo el poema.
Anónimo: yo tengo algo pendiente que decir sobre Hiroshima... (próximamente).
Qué buen lector eres, chingau.(Firmaré como anónimo pero soy yo, pues).
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