viernes, mayo 04, 2012

Hardcore*


El cuarto estaba iluminado sólo por los destellos que salían del televisor. Aunque nadie lo veía en ese momento. El hombre sentado en el borde de la cama tenía los ojos cerrados. Su respiración era regular, aunque a intervalos se oía cómo tragaba saliva. Lo demás eran gemidos. Puros y simples gemidos. Aunque, justo ahora que el hombre deja caer pesadamente la cabeza sobre una almohada acomodada a propósito, comienza a escucharse el ruido inconfundible de una mamada. Él entreabre la boca, después la cierra y lanza un suspiro. Sólo se escucha en la semioscuridad el slurp ansioso de una boca; va y viene, viene y va. El hombre se estremece. Siente las largas uñas que se enrollan alrededor de su verga y cómo la mano sacude con rapidez y maestría. Después más slurp. Slurp.
         —¡Así, mamacita! Me encanta cómo me la mamas. Sigue, putita. Ni se te ocurra parar.
         Se escucha un gemido, una especie de respuesta de una boca que no puede articular palabras. No en este momento. La lengua recorre cuidadosa el camino de los testículos al glande. Va y viene, viene y va. Después sacude. La lengua alancea en secuencia ultrarrápida la enrojecida cabeza del miembro. Después vuelve a engullir, el pedazo de carne tiesa se pierde en una boca roja con huellas de labial dispersas en las comisuras de los labios. Él le agarra una teta. La soba. Su mano tiene que obedecer a su mente, tiene que resistir el impulso de apretar fuerte, de estrujar, de enterrar las uñas como si de garras se tratase.
         Ella se pone de pie. Él se empuja con las piernas hacia la cabecera de la cama. Mira atento el televisor por un minuto, después siente como ella se monta sobre su cuerpo, como se recuesta sobre su pecho mientras su verga penetra la vagina húmeda y ansiosa. Puede oler el perfume de su cuello, sentir cómo los cabellos de ella le hacen cosquillas en los agujeros de la nariz. Cómo sus dientes exploran el lóbulo de su oreja, cómo su lengua se aventura oído adentro. Los poros de su piel reaccionan, se dilatan, los pelos se erizan.
         Y entonces comienzan a moverse, rítmica, lentamente. Él puede sentir los vellos púbicos de ella frotar la base de su verga. Él arquea la espalda lo más que puede y con sus piernas dibuja un arco. Se mantiene arriba hasta que ella empuja sus manos contra el pecho de él y se incorpora. Y cabalga. Las nalgas chocan contra sus testículos. Abre los ojos, mira las tetas que se mueven al ritmo del balanceo. Se mete dos dedos en la boca y extiende la mano, toca uno de los pezones; están erectos, duros. Él frota con los dedos húmedos de saliva, aprieta con las puntas el pezón, después extiende la mano y abarca toda la superficie de la teta que se comprime contra los huesos de las costillas porque ella no se ha dejado de mover.
         —Yes, yes… more
         Su voz es clara, retumba en el techo del cuarto. De repente se agacha contra el cuerpo de él. Acerca las tetas a su rostro. Él pone sus manos en las nalgas sudorosas y tensas de ella. Comienza a chupar uno de los pezones. Ella deja de moverse por un momento, recarga más su peso contra el otro. Él mueve su lengua alrededor de la aureola, después besa, muerde, inclina la cara hacia un lado y chupa con fuerza el costado de su cuerpo. Ella lanza un grito-que es un gemido-que es un grito.
         —¿Te gusta, chiquita? Te encanta que te la meta, ¿verdad? Ándale, síguete moviendo.
         Levanta una mano y deja caer la palma sobre la blanca nalga. El ruido del golpe se impulsa sobre el sonido del televisor, sobre su propia, ensordecedora, respiración agitada. Ella se incorpora y se eleva hasta que la verga casi se sale, después se deja caer. Repite la operación hasta que siente que va a terminar. Él también se mueve; a pesar de sentir que sus pantorrillas pueden colapsar, empuja con fuerza hacia arriba, una y otra vez. De repente ella se detiene, tiembla mientras todo su cuerpo se crispa. Entierra las largas uñas en el pecho de él. Él sólo aprieta los dientes. Ella lanza un gritito-gemido; un hilo de saliva se le escurre, sin que intente detenerlo. Ella arque la espalda y se deja caer a un lado. Él se acomoda sobre la cama. En la pared se proyectan las sombras rojas y grises que el televisor no ha dejado de escupir.
         Ella está boca abajo, él la mira con codicia. Su mirada resbala de los cabellos revueltos al canalete que su columna dibuja a lo largo de toda la espalda. El trasero se yergue desafiante, como lanzando insultos juguetones. Él primero posa una mano, comienza a sobar. Ella responde presionando las nalgas contra la mano que la explora. Una de las manos de largas uñas se estira hasta la verga que continúa firme, fuera de sí. Ella comienza a acariciar suave, él pasa el dedo medio entre las nalgas y lo hunde total en la vagina que escurre transparencias por las piernas de ella. Ese dedo húmedo juega ahora en la tierra de nadie, en el espacio que media entre la vagina y el ano. El dedo dibuja círculos, elipses, infinitos.
         Entonces él se incorpora y baja de la cama. Ella apenas si se mueve, no voltea, sabe lo que sigue. Él le toma el cabello que nace en la base de la nuca, la jala hacia arriba. Ella apoya las rodillas en la cama, concede obediente, sigue las instrucciones. El culo apunta directo al rostro de él, ella comienza a moverlo hacia un lado y otro. Él lanza una risita, sabe que lo está provocando. Él se arrima sin penetrarla, deja que ella lo sienta.
         Fuck me hard… come on…
         La mano de ella dirige, acomoda, verifica que todo sea como tiene que ser. Él comienza a moverse. Se echa hacia atrás hasta que parece que va a salirse, ella estira su mano y aprieta una de las piernas de él. Entonces él vuelve a entrar. A poco incrementa el ritmo, gotas de sudor le escurren por el rostro, por el torso. Sus manos toman con firmeza la cadera de ella, la atrae hacia sí. Ella se deja hacer, gime sin pudor, los sonidos los enervan a los dos.
         —¿Quieres que te la meta? ¡Dime que la quieres!
         —Oh, yes… yes… come on, please…
         El impulso es enérgico, las nalgas rebotan contra el pubis de él. Una vez, dos, tres. Él se inclina, pone una mano sobre una de las tetas y un dedo a frotar el clítoris. Ella echa la cabeza para atrás, su pelo rueda por los lados del cuello. Ella intenta tocar el cuerpo del que la está traspasando. Pero al separar el brazo de la cama casi pierde el equilibrio. Él sigue empujando, frotando, apretando. Ella lanza un gemido y se desparrama en la cama, él no se puede mantener en pie y allá va, sobre ella.
         Quedan en pausa por unos segundos. Entonces ella se pone boca arriba, abre las piernas. Él se monta sin tardanza, toma los tobillos, los coloca sobre sus hombros y se la mete. Se mueve constante, ella lo anima con los gemidos que, conforme pasan los segundos, se van haciendo más fuertes. No hay palabras, sólo gemidos, ruidos sordos. El golpear de la cabecera de la cama contra la pared. Él acelera su ritmo, ella estira los brazos y empuja su pelvis contra él. No dura mucho.
         Él ha cerrado los ojos. El orgasmo viene de lejos, pero muy rápido. Pasa destrozando todo a su paso. Al final, el semen sale expulsado y se confunde con el resto del mundo. El hombre se tira cuan largo es en la cama. Las sábanas revueltas. Las almohadas húmedas de sudor. La linterna electrónica sigue proyectando sombras en la pared. De pronto, parece que el volumen del televisor ha subido sin previo aviso. Él estira la mano y alcanza un control remoto. Oprime un botón y el ruido cesa. Pero no la luz. Ésta sólo se congela. Como un reflejo mudo que rompe la oscuridad pero no la vence.
         Él lanza un suspiro largo, profundo. De un golpe se pone de pie y se dirige a la puerta que se dibuja al fondo de la habitación. Entra y enciende una luz. Se escucha el ruido de una regadera. El agua cae sobre los mosaicos. En un instante el cuerpo del hombre interrumpe la música acuática, y el sonido del agua estrellándose en el suelo desaparece. La puerta del baño gira sobre sus goznes y la luz inunda el cuarto. No hay nadie más en la habitación. Sólo una cama revuelta.
         En la pantalla del televisor se ve el rostro congelado de una mujer que recibe una descarga de semen en sus dientes blanquísimos. 
* Este cuento fue incluido en la antología Breve colección de relato porno (Shandy/ Tres Perros, 2011). 

2 comentarios:

Sex Shop dijo...

Muy buenooo!!!!!!!

Édgar Adrián Mora dijo...

Gracias, Sex Shop. Toda la antología es muy buena, por si quieres echarle un ojo.