La prosa de Víctor Roura me parece una de las más divertidas que se hacen en el solemne y pretencioso medio literario mexicano. Ya he hablado aquí de dos de sus textos anteriores: Las bailarinas y La ira de Dios es mayor. Hoy toca su turno a una joyita perdida en los anales sin préstamo de la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la U. Iberoamericana: Un látigo en mi alcoba.
Y es que si tuviésemos que definir la narrativa que genera el también poeta, crítico de rock y periodista, llegaríamos a la conclusión de que es una prosa humorística con un mucho de absurdo. Dígalo si no las piezas de este libro en el cual se presentan situaciones como la de tener a Winnie Pooh de invitado en la casa, a la cual llega Christopher Robin a hacérsela de pedo; o el cuento donde una pareja se enamora de sendos Santa Closes en fiestas navideñas; o aquél, en el cual el Pico de Orizaba (la montaña) llega a nuestra puerta a pedir que, por favor, ya no lo anden escalando; o la inusual cita que concluye un día de San Antonio Abad llevando a bendecir a un burro; o la mujer de labios hambrientos. En fin, que es un volumen que deja buen sabor de boca por lo chispeante de su prosa y la calidez de sus textos.
Se me queda un fragmento en la memoria de una resonancia ochentera deliciosa:
Y es que si tuviésemos que definir la narrativa que genera el también poeta, crítico de rock y periodista, llegaríamos a la conclusión de que es una prosa humorística con un mucho de absurdo. Dígalo si no las piezas de este libro en el cual se presentan situaciones como la de tener a Winnie Pooh de invitado en la casa, a la cual llega Christopher Robin a hacérsela de pedo; o el cuento donde una pareja se enamora de sendos Santa Closes en fiestas navideñas; o aquél, en el cual el Pico de Orizaba (la montaña) llega a nuestra puerta a pedir que, por favor, ya no lo anden escalando; o la inusual cita que concluye un día de San Antonio Abad llevando a bendecir a un burro; o la mujer de labios hambrientos. En fin, que es un volumen que deja buen sabor de boca por lo chispeante de su prosa y la calidez de sus textos.
Se me queda un fragmento en la memoria de una resonancia ochentera deliciosa:
Le digo:Víctor Roura, Un látigo en mi alcoba, México, Sentido Contrario, 1992.
-Te amo, Kim...
Me detiene con su mano. Me mira, enojada.
-No me llamo Kim -dice.
Bajo mis ojos.
-Yo tampoco soy Miki Rourke -aclaro.
Ella suspira.
Y nos amamos como si lo fuéramos. Con nombres ajenos.
["Encuentros, desencuentros"]
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