“¡Es cierto! Recuerdo... el final... que parece el principio... a menos que sea la primera escena... que parece ser el final... hum.. éste es el título... [...] También prometo... no trataré de volver a explicar mi espectáculo, si me lo prometen... ¡¡No me lo vuelvan a pedir!!...”
James Thierrée
Dicen por ahí que las mejores cosas de la vida son gratis. El domingo esto tuvo una confirmación buenísima en el teatro. Resulta que mi amigo Víctor Jurado me invitó a una obra de teatro gratis, él a su vez había sido invitado por el famoso, talentoso y nunca bien ponderado Peter Punk, que a su vez había recibido el pitazo de uno de sus amigos, Gerardo. Pues bien, ponderando aquello de que a caballo regalado no se le ve colmillo, nos dirigimos en un auto que mejor debería estar en algún rally africano que circulando por las calles de la ciudad de México, al Teatro Pedregal, en los límites de varias cosas: una de las colonias más exclusivas del DF (Pedregal de San Ángel); una de las más populosas y que todavía guarda algo de aquella estética de las películas de Ismael Rodríguez (Tizapán); los límites de la mayor universidad de América Latina (¿de verdad tengo que poner cuál?); y los límites iniciáticos de la vida (la clínica de Gineco-Obstetricia, creo que así se escribe).
La obra en cuestión se llama “La víspera de los abismos” [La Veillée des Abysses], y es una cosa rara creada por el autor James Thiérrée, acróbata y bailarín que es más francés que los croisants. La llegada al teatro lleno de señoras encopetadas, perfumadas y harto discriminatorias, fue una estampa de verdadero costumbrismo mexicano. Digo, va uno de gorrón a ver una de las mejores obras del año, enfundado en el riguroso look dominguero de depresión porque los pumas no pasaron a las finales del fut, y se encuentra uno a esas señoras, a los júniors que necesitan tema de conversación para el lunes temprano en la “uni” y a los ñores que acuden a estos eventos porque “necesitan” estar actualizados. Es como para replantearse el lugar en el mundo.
Pues en fin, que entre tanta frivolidad y oropel (por ahí andaba César Costa dando autógrafos), la función comenzó. Un teatro semivacío (soy del club de los pesimistas, qué quieren. Un optimista, o un publirrelacionista barbero, dirían que estaba medio lleno) esperaba que comenzara la obra que vio su primera luz un 5 de mayo de 2003 en La Rochelle en Francia. Artilugios, contorsiones, zancos, tres varones y dos damas la mar de elásticas. Y entonces el tiempo perdió sentido. Las luces, la música y el puro cuerpo hicieron el resto. Ante nuestros ojos pasaron una serie de estampas en las que la imaginación, la referencia espacial, las múltiples posibilidades del cuerpo y el talento nato producto de una disciplina que se ve a leguas tirana pero necesaria y, para los protagonistas, seguro que disfrutable.
Nieto del entrañable y universal artista Charles Chaplin, James Thierrée despliega, junto a los demás ¿actores?, ¿acróbatas?, ¿mimos?, ¿alebrijes escapados de una luminosa imaginación?, un festival de sensaciones [entendidas éstas desde la definición más básica, la de los sentidos], en las que el humor y la capacidad de asombro nunca terminan de hacerse patentes. No hay una trama en el sentido estricto y tradicional del término. Y no hace falta. Cada uno de los personajes creados por los integrantes del grupo actoral ejecutan machincuepas las más de atrevidas en la imaginación del espectador. Risas en un espectáculo en el que el diálogo está ausente.
Ese es un problema. Ahora, cada que le diga a mis estudiantes que la unidad básica del género dramático es el diálogo, voy a tener una sensación de falsedad. Porque lo que vi en el teatro no fue una serie de frases profundas y demoledoras sobre la naturaleza humana, tampoco una serie de chistoretes zurcidos unos tras otros en series interminables, mucho menos una construcción de enredos con final feliz. NO. Lo que vi tiene más que ver con un espectáculo artístico multidisciplinario que le hace honor al neologismo ése. Danza, circo, actuación, humor, buena música, mejores actores, escenografía básica pero relucidora. En fin. Teatro físico, le llaman.
Cercanía conceptual, dicen, con el Cirque du Soleil. Yo veo más lejanía. Veo la cristalización de una idea que va más allá de la espectacularidad y el derroche de elementos impresionantes. Veo la propuesta honesta de seis actores que se dejan ir hacia el abismo de la originalidad y el arriesgue. Tanto físico como artístico. Un banquete de estímulos. Banquete al que se colaron algunos cerdos que despreciaron las margaritas. Yo me las tragué completitas. Y gratis.
La víspera de los abismos
(La Veillée des Abysses)
Creada por James Thierrée
Actores, acróbatas, bailarines, una soprano, un practicante de capoeira y varios cirqueros: James Thierrée, Uma Ysamat, Raphaëlle Boitel, Niklas Ek y Thiago Martins.
En el Teatro Pedregal del 23 de diciembre al 4 de diciembre de 2005. (O sea que nomás les queda una semana)
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