martes, diciembre 16, 2025

¡Fiesta, fiesta, fiesta!… ¡que siga la fiesta!

 

Maratón-Guadalupe Reyes: Memes e inicio del festejo | Guillermo Ortega - Tu  sitio de noticias
Tradiciones del maratón Guadalupe-Reyes (Memegrafías).

Mucha gente en la calle. Mucha fiesta. Al parecer, mucho dinero circulando. Es lo que se vive en estos días en la Ciudad de México. La fiebre festiva alcanza a todos. Incluso yo, que no soy el ser más social que digamos, he tenido que dejar pasar alguna reunión por atender otras. Aparte, la edad no es nomás un número, como les encanta decir a los optimistas (y a los más jóvenes). Da sueño más temprano, la ebriedad arriba más pronto, pega más fuerte la resaca, hay más obligaciones que cumplir. Pero, mientras llega todo eso, la fiesta se disfruta.

La cuestión de los ciclos que terminan, el año en este caso, apura un ansia de celebración casi apocalíptica. En México se le llama Maratón Guadalupe-Reyes a las semanas que comienzan con la fiesta dedicada a la patrona católica de la patria y que termina con el sano ejercicio de sacar a las infancias a estrenar su bicicleta nueva en el parque más cercano. O en la calle menos transitada, porque en muchas zonas de la urbe, los parques no han existido o están dejando de existir.

Prácticamente un mes de fiesta entre reuniones laborales, con los amigos, con los amores, con la familia, incluso con desconocidos a los que no se volverá a ver. Las reuniones se pueden clasificar en dos grandes categorías: la celebración masiva con ruido masivo y las celebraciones íntimas con ruidos menos intensos, pero que también se dejan escuchar en los departamentos y casas vecinas. Ambas suelen terminar en borracheras que generarán alguna historia que se irá contando y transformando con el paso de los años.

En el edificio donde habito hay matrimonios jóvenes, divorcios jóvenes y jóvenes a secas. Han tenido fiesta toda la semana. No me quejo. Mis reuniones suelen ser también ruidosas y llenas de personajes variopintos. Pero sí me percato de la energía que otorgan los años menos. En el departamento del edificio de enfrente, la fiesta comenzó a las seis de la tarde del viernes y concluyó hacia el mediodía del sábado; música de banda, clásicos de la balada romántica del siglo pasado (puestos nuevamente en circulación a partir del éxito de la serie Mentiras y que se ha vuelto un excelente negocio retro-nostálgico-kistch), rancheras a todo pulmón y luego silencio musical pero mucha bulla, mucho grito, mucha discusión rayana en la violencia. En el departamento de arriba, contrario a lo que pronosticábamos, el ruido fue menor. El vecino cumplió 30 años y, otra vez, esa obsesión con los ciclos (los decimales tienen importancia fundamental en Occidente) presagiaba una fiesta apotéosica. Y seguramente lo fue, aunque de manera más discreta, con menos volumen y con mucho respeto para el entorno cercano, lo cual siempre se agradece. Empezó a las ocho de la noche y terminó en la madrugada con una extensión, supongo con los más íntimos, que derivó hacia la hora de la comida del domingo.

Me gusta la fiesta, la disfruto mientras dura. Y también tengo historias que, a fuerza de contarse miles de veces, se han convertido en otra cosa. Quizás esas historias son la obra más acabada de ese taller literario involuntario que es la vida. Me gusta ver gente divirtiéndose, perdiendo el control, dejándose llevar por la euforia, quizás por el dolor, incluso por la inercia. La fiesta también es eso: la posibilidad de perderse de uno mismo, sin el secreto objetivo de encontrarse. Aunque a veces ocurra. Y, justo en la mitad de una fiesta en donde todos se atropellan bailando “Caballo Dorado” o “Kalashnikov”, alguien tenga una revelación mística que le dé un nuevo sentido a su vida. La conciencia del fin de ciclo impone a muchos (sobre todo los más neuróticos) la interrogante del “¿y ahora qué?”. Qué fortuna culminar una fiesta bien bailado, bien querido, bien besado (con suerte), bien gastado (sin dolor) y atesorando una revelación que nos convierta en alguien nuevo… a partir del 6 de enero.

Espero que sus fiestas sean reveladoras, divertidas y llenas de momentos significativos. Que estén rodeados de personas con quienes no les importe que llegue de improviso el apocalipsis. Y que, pasado el maratón, conserven la memoria de que el fin, aunque suene a cliché, presagie la llegada de mejores inicios.

Pd. No se gasten todo, que enero es cruel. Abrazos.

Lo que he leído:

En 2019 acudí a presentar mi libro Cerro que arde en el Foro Cultural Zirahuén, en un evento organizado por la revista Letramía, impulsada por la incansable Leslie Rondero. En esa ocasión, Everardo Martínez Paco, Perro Rabioso (Tlalnepantla, Edomex, 1987) se encargó de hacerle los honores al volumen que ubica sus historias en la Sierra Norte de Puebla. Fue ahí cuando me hice de un ejemplar de su volumen de cuentos cortos Desaparecidos (Fridaura, 2016), que he releído con atención de nueva cuenta en estos días. En esta serie de relatos diversos, Martínez Paco realiza una especie de caleidoscopio de una realidad que se ha convertido en una cuestión doliente no sólo de México, sino de buena parte de América Latina. Dos años antes de la publicación de este libro, había ocurrido la desaparición (hasta hoy irresuelta) de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, por lo que el tema comenzó a tener una relevancia que lo colocó como uno de los problemas más graves en la crisis de inseguridad acelerada y complejizada por la estrategia de confrontación ultraviolenta del calderonato. No obstante, el autor no realiza un abordaje exclusivo de ese caso o de los miles de víctimas de desaparición a partir de la guerra contra el narco que tuvo sus años álgidos en los años previos, sino que recurre a la polisemia del término. Las historias alrededor de las desapariciones son múltiples: el niño que se extravía en el mercado, el policía que oculta lo que hace a su familia, la madre que vela esperanzada a que alguien haga algo en las oficinas gubernamentales, el padre que ha desgastado los pies en una búsqueda iniciada años atrás, los políticos que toman los casos de maneras oportunistas, la amada que abandona el lecho nupcial, los adolescentes que sujetan armas largas en el interior de una camioneta pick up

A pesar de ciertos errores formales en la edición, la mayoría de los textos son valiosos como testimonios, desde la literatura, de la época que nos toca atravesar. Porque si una cosa es cierta es que la crisis de desapariciones de personas en este país ha llegado a un punto trágico (130 000, según cifras oficiales de este año) en donde la normalización del fenómeno parece uno de sus destinos más crueles. Hay además un acompañamiento musical, a través de epígrafes de diversas canciones, que construyen una propuesta en donde el soundtrack referido es igual de importante que lo contado a lo largo de las líneas.

Para el año próximo, el autor planea una reedición corregida y aumentada de este libro para celebrar su década de existencia, por lo que quienes estén interesados, podrán adquirirlo a través del contacto directo con él (por aquí, por ejemplo) y de los que anuncie en su momento. Échenle un ojo.

Crítica de la película «Jay Kelly» (2025) | Cinefilia

Lo que he visto:

Jay Kelly (Noah Baumbach, 2025) representa el retorno de George Clooney a las películas “serias” después de ese fiasco de Apple+ que fue Wolfs (Jon Watts, 2024). En esta cinta se narra la crisis de la edad más que madura que atraviesa un actor sobreviviente de la idea del star system de Hollywood y que se ha dado cuenta de que sacrificó su vida privada por la posibilidad de trascendencia a través de la actuación en el séptimo arte. Es una cinta plana, en términos de que no tiene puntos climáticos sobresalientes o grandes revelaciones, lo que es un signo de las obras del director. Sin embargo, me parece que construye de manera consistente y gradual las características de un personaje que, en el inicio de la decadencia de esa carrera fulgurante, se da cuenta de todo lo que ha tenido que pagar. En su ascenso, no sólo ha trastocado su vida, sino también la de aquellos que lo rodean, en particular la de su equipo más cercano, quienes desplazan sus necesidades personales y familiares en beneficio de la estrella que, dado ese círculo de protección, vive por completo desconectado de la realidad de las personas comunes y corrientes.

De manera un tanto melodramática muestra la forma en cómo la soledad se convierte en una situación elegida, pero no deseada. La relación conflictiva con el padre, la pérdida de vínculos con sus hijas y el rencor soterrado de quienes deben sostener la “marca” que representa el nombre y trabajo de una persona, contrasta con los rostros y el goce de las personas que han disfrutado las películas en las cuales el actor ha trabajado. Es un balance que pareciera plantear una disyuntiva de suma cero: o tienes una cosa o la otra; aunque la historia muestra, en un contraste hasta cierto punto hiperbólico, que se puede hacer de otra manera, como lo demuestra el personaje encarnado por Patrick Wilson, aunque se encuentre en otro punto del espectro: manipulado por la visión de la esposa.

La pregunta que intenta responder la cinta, en todo caso, es si vale la pena sacrificar diversos aspectos de la vida común y corriente en aras del arte (y del narcisismo, deberíamos añadir). Pareciera un ajuste de cuentas de Clooney (o Baumbach) sobre sí mismo, no es azaroso que en el homenaje que le ofrecen, aparezcan escenas de películas protagonizadas por Clooney, no por el ficticio Kelly. Llama la atención también (me hizo notar Laura, que es la presidenta de fans del galanazo éste) la cercanía fonética de los dos nombres: Jay Kelly / George Clooney. El galán otoñal tendrá, seguramente, un lugar privilegiado en la historia del celuloide, aunque no será por esta película.

Nota al margen: la semana pasada mencionaba la necesidad de establecer un nuevo género de film que podría ser “Tom Cruise corre”, parece que la tendencia se extiende hacia actores “de cierta edad”: acá también Clooney tiene sus vaaaaarias escenas mostrándonos que se sube a la cinta a ejercitarse.

Nos leemos la siguiente semana.

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