En ¡Te amaba y me chingaste! (Nitro Press/ UNAM, 2020), Nora de la Cruz (Estado de México, 1983) escribe una historia de amor (o desamor, valga la aclaración, aunque uno sin el otro no se entiende) que recupera una serie de referencias literarias y culturales que resuenan en oídos y lectores atentos.
Desde el título se asume la importancia del lenguaje y de la oralidad cotidiana. La prosa de la autora retoma las formas de expresión de las novelas decimonónicas provenientes del Romanticismo, pero también de las traducciones al español de obras anteriores (sobre todo renacentistas, pero también neoclásicas) para entregarnos un pastiche que se hunde en el humor y la metarreferencialidad en busca de generar el efecto estético buscado. Y lo consigue.
En la obra, que narra la relación tormentosa entre dos personajes émulos de Romeo y Julieta, (pero también de Calixto y Melibea, incluso de Renata y Ulises), accedemos a una prosa que hermana los registros de la denominada cultura elevada (high culture) con la cultura de masas (cultura popular en la vertiente de la generada por los medios masivos). De tal forma, al tiempo que los títulos de los capítulos aluden a la obra de Ovidio, la segunda de epígrafes nos recuerda la configuración del caballero típico del siglo XX a través de “Amante a la antigua” del basileño Roberto Carlos.
La búsqueda desesperada del amor romántico de Fosca María choca con la pusilanimidad de Tito Lucio. Encuentros, desencuentros, malentendidos que alguno asume como sobreentendidos, todo abona para una trama llena de escenas dignas de realismo ruso, pero también de la telenovela de las nueve. Como si Marie Louise Alcott hubiera escrito una novela con personajes de Mecánica nacional, todo en escenarios nacionales llenos de lo que hace entrañables a algunos de esos sitios, como la música de José Alfredo Jiménez de fondo.
Si bien persiste el narrador omnisciente como marca de esa alusión a los mecanismos del relato romántico-realista, la configuración de los personajes escapan de los estereotipos casi monolíticos con que se construyen algunos de los tándem de la época y adquieren autonomía y conciencia. Para bien y para mal.
Es una novela divertida que descoloca pero, al mismo tiempo, permite recordarnos que la vida (como realidad y fantasía, materialidad e imaginación) es un complejo en donde los espacios en apariencia estancos se mezclan de manera azarosa pero armónica si lo vemos en perspectiva. La literatura tiene historia y la comprensión de la misma nos permite apreciar su necesaria e inevitable evolución. Como dijera otro poeta: “tenemos que recordar que no existe eternidad”.
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