En El buscador de finales (Alfaguara, 2014), Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) convierte a la narrativa en un territorio de la aventura. Se refleja en este volumen, etiquetado como literatura juvenil, el gusto del autor por otros géneros en los cuales se desenvuelve con soltura, como la narratográfica y la novela de suspenso y detectives. Sin embargo, se puede notar, de manera más evidente, los elementos distintivos de su poética: el uso del lenguaje y sus disciplinas (lingüistíca, traducción, escritura, edición bibliográfica) como el tema central alrededor del cual giran muchas de sus obras (Filosofía y Letras, La traducción, El teatro de la memoria).
En esta ocasión conocemos a Juan Brum, un adolescente admirador de un héroe de cómic, Cormack, que quiere convertirse en un creador de esas historias que lo fascinan. Así que acude a la editorial Libra en donde lo emplean como ayudante (cadete) para auxiliar a los dibujantes y guionistas. Pronto es ascendido y ese crecimiento profesional lo lleva a ser el mensajero de una celebridad autoral que tiene el trabajo más ambicionado (y difícil) de la industria: ser buscador de finales. Es decir, quien encuentra la manera ideal para presentar el desenlace de las historias. Es a ese destino al cual aspira el protagonista y al cual, eventualmente, arribará en un camino de transformación del héroe que incluye peligros, alegorías de estados dictatoriales e historias personales llenos de tragedia, esto es, una senda con todos los elementos que constituyen una excelente novela de aventuras.
De Santis es uno de los autores contemporáneos más originales que no ha recibido el reconocimiento que merece (más allá de haber obtenido una buena cantidad de premios). En sus historias el motivo principal es el lenguaje y los mundos que crea; la ficción que propone es un híbrido en donde cuestiones como los elementos que constituyen la forma literaria (escenarios, personajes) son el lenguaje mismo. En este caso, la tesis es clara: un escritor (o una industria) debe tener mucho cuidado y talento para concluir con sus historias; los desenlaces no son asunto de aficionados.
Esos finales no son construcciones lingüísticas, sino una especie de “detonantes” que permiten a los guionistas hallar la manera de concluir con las ficciones que han construido. Es decir, Salerno (el buscador de finales más famoso, junto con el señor Chan-Chan) no envía un párrafo o una descripción narrativa del desenlace de sus historias, sino que envía objetos que permitirán a los creadores hallar el final adecuado. Dentro de sobres aparecen los objetos más aleatorios: plumas, hojas de periódico, llaves de casilleros de centrales de trenes, una moneda, tornillos. Ese es el final, o el detonante de la conclusión de las historias.
Frente a esos creadores que como metafísicos detectives se lanzan a la búsqueda de finales, se encuentra la corporación dirigida por la empresaria Paciencia Bonet, quien a través de algoritmos y automatización ha creado un método para volver obsoletos a los buscadores de finales. Hay aquí una crítica sutil pero transparente de la manera en cómo se conduce actualmente la industria editorial: el uso de fórmulas, casi matemáticas, que permiten a las editoriales mantener la maquinaria de producción aceitada en aras de las ventas y la productividad, y aislando cada vez más a la creatividad y los frutos del azar.
Hay muchos niveles de lectura en esta obra en apariencia ligera y dirigida únicamente a los lectores jóvenes: los homenajes que hace a través de los nombres de personajes e historias de diversos autores de la literatura y la narratográfica de su país, por ejemplo. De Santis es un autor que se divierte con lo que hace, que no tiene prejuicios ni complejos con respecto de los elementos que utiliza para crear su universo narrativo y que, tarde o temprano, seguramente tendrá el reconocimiento que se merece.
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