viernes, febrero 25, 2022

El ronroneo del silencio


En Drive my car (Japón, Ryūsuke Hamaguchi, 2021) nos enfrentamos a una propuesta cinematográfica que tiene en la contención, la pausa y el silencio sus características principales. La película, estrenada durante el más reciente Festival de Cannes, se hizo acreedora de varios premios en la justa, además de cuatro nominaciones a los Oscar en varias de las categorías principales. La historia está inspirada en un cuento de Haruki Murakami del mismo título, incluido en el volumen Hombres sin mujeres.
      La trama aborda la vida de un director y actor de teatro que, después de una experiencia traumática al perder a una hija, construye una relación fuera de lo común con su esposa, quien encuentra en el placer sexual la vía para alimentar su creatividad narrativa. La muerte repentina de la mujer, aunado al descubrimiento por parte del marido de su infidelidad, echa a andar una serie de acontecimientos que conducen al protagonista a enfrentarse a sí mismo, a sus miedos, sus culpas y su pasado. Contratado para dirigir una puesta en escena de Tío Vanya de Antón Chéjov, la lectura y montaje de la obra, a partir de los ensayos de la misma, se convierten en un contrapunto a las historias de varios de los actores que han sido contratados para representar el drama del escritor ruso.
     Un actor de telenovelas juveniles, una bailarina sordomuda que emite sus diálogos en lenguaje de señas, una conductora de auto que esconde un secreto doloroso, son algunos de los personajes que le dan un tono particular a las acciones que transcurren en pantalla. A lo largo de sus tres horas de duración nos asomamos a la tortuosa vida interior de estos seres humanos en los cuales sentimientos como la culpa, la sensación de insuficiencia, la pérdida y la tristeza cobran sentido representados de maneras diversas. Hay una gran cantidad de silencios sobreentendidos, de diálogos que más que reveladores son catárticos para quienes los emiten. La furia contenida y las pasiones arrebatadoras se constituyen en un oxímoron en donde la obra de Chéjov resuena con ecos renovados.
     En ese sentido, la cinta pareciera una caja de resonancia en donde la obra cinematográfica es la representación de la literatura de Murakami al mismo tiempo que actualización y reflejo de la propuesta chéjoviana. No es una cinta para todas las sensibilidades; es un remanso en medio de la edición turbulenta y la pulsión por un cine de acciones intensas y sorpresivas casi sin pausa.

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