Este era yo en 1993. |
Hoy cumplo veinte años de haber migrado a la Ciudad de
México. Veinte años. Ni siquiera la edad que tenía cuando lo hice. Dieciséis,
para los curiosos. Eso quiere decir que tengo más años viviendo aquí en
comparación con los que pasé en mi tierra natal. En veinte años he aprendido a
amar y a odiar por igual a este lugar. En teoría soy un chilango por pura
cuestión proporcional del tiempo de mi vida.
Hace veinte
años crucé, acompañado por mi padre, los límites de eso que en aquel entonces
representaba el futuro. Mi viejo lloró en el camino hacia la ciudad que él
mismo había habitado dieciséis años antes. La dejó porque no quería que sus
hijos creciéramos en un ambiente que, ante sus ojos, se había ido
deshumanizando poco a poco. Porque estaba convencido que tendríamos mejores oportunidades
en otro lado. Tal vez nunca se hubiera imaginado que el primogénito retornaría
a la ciudad de la que él había huido. Menos habría pensado que pasaría veinte
años sin renegar de haberlo hecho.
Tengo una vida
aquí. En veinte años he trabajado en sus calles, he aprendido en sus escuelas,
he enseñado en algunas de éstas, me he enamorado, me han abandonado, he
construido amistades sólidas, me he distanciado de algunas, he tropezado en la
embriaguez a la salida de alguna de sus cantinas, he gritado a voz en cuello
en más de una fiesta…
He disfrutado
cada momento. Incluso los peores. Porque éstos, al ser recuerdos, son historia.
Veinte años. Y el tiempo que no acaba.
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