En días pasados me encontré una reflexión de Vicente Verdú acerca de Fast &
Furious 6 (Justin Lin, 2013) en donde, con un lenguaje bastante moderado
pero no por ello menos implacable, (des)calificaba a la cinta como pasto para
cabezas vacías (un poco más o menos); en este texto se le comparaba con las
películas de Antonioni y Resnais, lo cual no deja de parecerme una manera de
descontextualizar tanto al público como a las intenciones que la cinta aludida
persigue.
Debo
decir que me gusta el universo que se ha construido a partir de esta ficción.
Que he disfrutado con las últimas tres entregas más que con las primeras (de
las cuales la segunda (John Singleton, 2003) y la tercera (Justin Li, 2006)
son, para decirlo de manera amable, por completo residuales). Sin embargo,
a partir de la cuarta entrega (Justin
Li, 2009) el trabajo del guión es más elaborado que en las precedentes.
Mientras en las primeras se privilegia la estética asociada a las carreras callejeras
de autos, en las últimas hay una intención por contar una historia, tejer una
trama, privilegiar las vueltas de tuerca y preparar, de manera folletinesca, la
continuidad de la serie. Las primeras son cintas fetichistas, los objetos son
los protagonistas de tales cintas: los autos, el tuning, las luces neón, las
nalgas femeninas (casi como accesorios automovilísticos que vibran al ritmo del
reguetón). Las últimas plantean, en cambio, elementos que las conectan con los grandes
temas que la cinematografía ha abordado a lo largo de la historia. Intento en
este texto exponer algunas de éstas.
La familia
Hay en Fast
& Furious una idea muy clara acerca de la familia y la lealtad que se
le debe a ésta. Y no se trata de la familia nuclear y estereotípica que la
propaganda de la Guerra Fría comenzó a difundir como modelo a partir de los
años cincuenta. No. Se trata de la familia disfuncional que se construye en el
trato cotidiano con los demás. Los amigos, los cómplices, los primos, los
cuates del barrio. Hay en esta singular familia roles prestablecidos que
otorgan cohesión al grupo. El patriarca y líder incuestionable es Dom Toretto,
un antihéroe que cuenta con un código de ética que nunca está dispuesto a
romper. El valor más alto dentro de ese código es, precisamente, la lealtad que
le debe a los suyos. En la sexta entrega (Justin Li, 2013) hay una frase que
resume toda esa ideología: “A la familia se le apoya, aunque esa familia te dé
la espalda”. Hay en esta postura una reconfiguración de preceptos crísticos, “Al
que te golpee una mejilla, preséntale la otra”, que no aplicará a toda la
humanidad sino sólo a aquellos que reconoce como parte de su mundo: su familia.
En este sentido, Toretto es una especie de padrino
a la manera del de Coppola: un ser que tiene una historia que justifica su
comportamiento, pero que también respeta de manera intransigente el código que
se ha impuesto a sí mismo y a los demás. El hecho de que esta serie tenga un fuerte
impacto en jóvenes que pertenecen a las clases medias bajas y bajas de los
centros urbanos no remite ni a sus “cabezas formateadas”, como insinuaría
Verdú, ni solamente al fetichismo asociado a los automóviles; responde a la
empatía que este espectador reconoce con respecto de la estructura familiar:
extendida a la calle y que no se limita a los lazos de sangre sino que remite a
la lealtad que se le debe a “la banda”, ésos que no te dejan morir solo. ¿Quién
no quisiera formar parte de una familia así?
Hacerse responsable de los demás.
Un
antihéroe ético
Más allá de las expresiones y reacciones que la
figura imponente de Vin Diesel causa a partir de su aparición en pantalla (“¡Ay,
qué brazotes!”, dijo, por ejemplo, mi acompañante), el personaje que construye
a lo largo de sus cuatro apariciones como protagonista de la serie está
destinado a convertirse en un modelo de héroe contemporáneo. Dom Toretto es un
tipo que crecía en una familia común y corriente de los barrios populares de
Los Ángeles. Su padre es un piloto del circuito de carreras legales y su hijo
su sucesor indudable. A partir de un evento desafortunado en una competencia,
un piloto rival choca de manera malintencionada al padre que, como resultado
del accidente, muere. El punto de quiebre. Cuando el joven Dom se encuentra con
quien considera el culpable de la muerte de su particular héroe, su propio
padre, lo golpea casi hasta la muerte. Esto le trae como consecuencia la cárcel
y el retiro irrevocable de su licencia para participar en carreras legales. Y
ahí comienza su odisea por reconstruir el mundo que una situación desafortunada
torció. De ahí proviene, probablemente, el celo por mantener a la familia
unida, por no traicionar los principios en los que sustenta su propio comportamiento.
Toretto vive para los demás. Se hace responsable de los actos de los demás. No
hay señales de egoísmo en su forma de vida. Incluso en la persecución para
recuperar a su amada en la última entrega, no hay una intención de reapropiación
del objeto amoroso, sino una necesidad de entender el por qué del cambio en
Lety (Michelle Rodríguez). En ese sentido, resulta injusto calificar a Toretto
simplemente como “un machote musculoso”.
El mundo
femenino
Una diferencia fundamental entre la primera
trilogía de cintas y la segunda radica, precisamente, en la manera de abordar
la construcción de los personajes femeninos y las acciones que ejecutan. Si
bien en las primeras son objetos de deseo sexual o recipientes del deseo
amoroso, a partir de la cuarta entrega se convierten en agentes que deciden su
destino y luchan por éste. No más nalgas y tetas semidescubiertas, sudorosas y
deseosas de perreo intenso. Tenemos en cambio artistas marciales consumadas (basta
ver la pelea entre Lety (Rodríguez) y Riley (Gina Carano) en el subterráneo
londinense); las mujeres dejan de ser personajes indefensos que esperan la
llegada del héroe para ser rescatadas, se convierten en personajes que
transgreden el mundo masculino y se apropian de su capacidad para expresarse a
través de la violencia. Hay también un libre albedrío que estos personajes
ejercen, por lo que su destino se transforma de una decisión tomada por el otro
a una consciente: los sacrificios asumidos por los personajes de Gal Gadot (Gisele)
y Michelle Rodríguez son ejemplo de esto. No hay tampoco personajes frágiles a
los cuales el amor los doblegue o los convierta en seres incompletos: la
reacción de Elena (Elsa Pataki) al decirle a Toretto que si tiene que elegir
entre la verdad y el amor, elegiría lo primero, reflejan una independencia que
la aleja de los tipos de seres dependientes que lloran su abandono. Entre todos
estos personajes, sólo aparece una madre, la hermana de Toretto, que a pesar de
la dulzura que expresa con su hijo, participa también de las aventuras
explosivas y llenas de riesgo en las que su familia se ve envuelta. La pregunta
que surge aquí es ¿de qué manera este planteamiento de roles femeninos
transformará la visión que de sí mismas tienen las mujeres que acuden a las
salas cinematográficas? ¿Esta modificación de roles son sólo “masculinización” de
los personajes femeninos (como escuché a alguien decir) o implica un reflejo de
los lugares que las mujeres han ido tomando por asalto en el mundo real?
La acción
como entretenimiento e intriga
El género de acción es de los más vapuleados por
la crítica cinematográfica “seria”. Remite a su objetivo evidente:
entretenimiento puro y evasión de los referentes de realidad que nos circunda.
Esa posibilidad expresiva ha mudado de forma desde que The Great K & A Train Robbery (Lewis Seiler, 1926) introdujo la
acción motorizada como parte de la trama de una cinta, en aquel caso un tren. Fast & Furious es una cinta de
acción y como tal es fiel al género: explosiones, peleas, traiciones,
enfrentamientos a balazos, complots internacionales, escenas inverosímiles. Sin
embargo, aunque los finales son previsibles, la manera en cómo se llega a ese
final presenta sutiles diferencias con respecto de otras cintas que se
inscriben en el mismo género. Hay una preocupación por la intriga más o menos compleja,
cuestión que la emparenta con series como Ocean’s
Eleven o algunas de las entregas de James Bond. Si partimos de estos
principios, estaremos en condiciones de tener elementos para juzgar una cinta
que entretiene y que, un tanto como la cara dura de Toretto, no pretende nada
más.
Ah,
y también hay muchos, muchos, coches.
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