(Desayuno para uno/ Víctor Jurado)
“Comer como pelón de hospicio” era una frase común todavía hace unos años. Hacía referencia a los chicos que habían sido abrigados por la caridad, pública o privada (una por obligación, otra por remordimiento), para evitar que terminaran en la calle y “se fueran por el mal camino”. La frase parece dibujar a esos personajes que Luis Buñuel presentó de manera inmejorable en su joya mexicana Los olvidados (1950), donde la sobrevivencia pasa por el hambre y, muchas veces, por el agandalle. Los niños abandonados, ésos que fueron una afrenta nacional entonces y que originaron peticiones de expulsión para el fundador del surrealismo cinematográfico, hoy son cosa común. Se pasean frente a nuestros ojos que han aprendido a mimetizarlos con el paisaje. Como si fueran un árbol, o un semáforo, o una coladera. Ellos también deben comer como pelones de hospicio. De esos orfanatos sólo queda el recuerdo. Las alcantarillas son su manifestación contemporánea, los portales del Metro, las casas abandonadas y en litigio, los autos abandonados en la vía pública, los parques, las fuentes. Se reproducen como hormiguitas. Uno puede estar atento a un agujerito, que por ahí, seguro, se deslizan uno detrás de otro. Como se muestra en De la calle (Gerardo Tort, 2001), una visión descarnada, pero realista, de lo que es vivir como niño de la calle en la Ciudad de México. Y, después de todo esto, me da pena decir el motivo de mi post. Pero lo haré: en estas fiestas patrias, comí como pelón de hospicio.Seguir leyendo por aquí.
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