He entrado en un estado de beatífica incapacidad creativa. Tengo múltiples ideas y proyectos, pero cada vez que intento ponerme a darles forma, me ataca la imposibilidad de las maneras más variadas: un montón de trabajos de preparatorianos que revisar, un libro dejado a la mitad, un programa de televisión buenísimo, una plática impostergable, una línea de bajo que hay que ensayar. En fin.
El próximo año viene cargadito. Tengo que terminar una novela corta que he estado planeando/pensando/documentando antes de febrero; es posible que la Universidad Iberoamericana me financie para terminar, ¡por fin!, mi tesis de maestría que ya tiene cuatro años de retraso; tengo un proyecto de cuentos sobre mi terruño o donde más bien mi terruño es un buen pretexto, que no he podido aterrizar; hay un montón de chamacos desmadrosos a los que habrá de convencer por las buenas de leer a Homero, a Shakespeare y al Amadís de Gaula; hay otro montón de postpubertos universitarios a los que hay que convencer de que hablar de la historia de América Latina no es solamente quejarse de la condición de víctimas, sino tratar de entrever una explicación de lo que se es; Lazo latino siempre aparece con ideas maravillosas a las que es imposible negarse; es muy probable que me cambie de casa este fin de año.
Total que la incapacidad creativa no es más que una forma elegante de nombrar a la hueva que de manera consciente estoy disfrutando antes de no tener tiempo ni para pensar en por qué no tengo tiempo. Quería participar en el Primer Premio Internacional de ensayo histórico sobre las revoluciones de independencia en Hispanoamérica de 1810, que convocó La Jornada, pero ya preveo la imposibilidad de llevar a buen puerto tal intención. Mientras, me consuelo con un café, un tamalito oaxaqueño que mi madre tuvo a bien cocinar en este pasado Día de Muertos, y Doctor House hasta aprenderse los diálogos. (Bostezo)
El próximo año viene cargadito. Tengo que terminar una novela corta que he estado planeando/pensando/documentando antes de febrero; es posible que la Universidad Iberoamericana me financie para terminar, ¡por fin!, mi tesis de maestría que ya tiene cuatro años de retraso; tengo un proyecto de cuentos sobre mi terruño o donde más bien mi terruño es un buen pretexto, que no he podido aterrizar; hay un montón de chamacos desmadrosos a los que habrá de convencer por las buenas de leer a Homero, a Shakespeare y al Amadís de Gaula; hay otro montón de postpubertos universitarios a los que hay que convencer de que hablar de la historia de América Latina no es solamente quejarse de la condición de víctimas, sino tratar de entrever una explicación de lo que se es; Lazo latino siempre aparece con ideas maravillosas a las que es imposible negarse; es muy probable que me cambie de casa este fin de año.
Total que la incapacidad creativa no es más que una forma elegante de nombrar a la hueva que de manera consciente estoy disfrutando antes de no tener tiempo ni para pensar en por qué no tengo tiempo. Quería participar en el Primer Premio Internacional de ensayo histórico sobre las revoluciones de independencia en Hispanoamérica de 1810, que convocó La Jornada, pero ya preveo la imposibilidad de llevar a buen puerto tal intención. Mientras, me consuelo con un café, un tamalito oaxaqueño que mi madre tuvo a bien cocinar en este pasado Día de Muertos, y Doctor House hasta aprenderse los diálogos. (Bostezo)
2 comentarios:
Mira, osito panda, mejor ven a que te rasque la pancita.
Ok. Tengo tiempo de aquí a enero.
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