">Y un día despertamos y nos dimos cuenta que nuestra ciudad estaba cubierta por una cantidad impresionante de fotografías, lemas, pintas y mantas de las más dispares muestras de especímenes supuestamente sapiens que aspiran a un cargo de elección popular. Es así como vemos por doquier un bonito muestrario de caritas, carotas, jetas y obras de arte abstracto de personas que se presentan a sí mismos como “nuestros candidatos”. Lemas por demás reveladores de las buenas intenciones de los partidos que los patrocinan: “Por el bien de todos... mis cuates”, “Primero los primeros”, “No se enojen que pa' todos hay” y demás curiosidades retóricas que darían para elaborar un tratado acerca de las capacidades discursivas e intelectuales de los encargados de las campañas políticas en nuestro país. Y es que los lemas son fuertísimos, uno camina por la calle leyendo las promesas y los supuestos que dichos personajes enuncian, y parece que el túnel del tiempo nos lleva a los tiempos en los que el comunismo era una amenaza real y no la memoria de algo que nunca fue... como debió ser.
Esta semana llegó, por ejemplo, hasta la puerta de mi hogar un CD en el cual el candidato [o pre-candidato, porque ahora parece que las eliminatorias de suspirantes son más complejas que las de los equipos de fútbol en el mundial] a un puesto de elección popular me regalaba los temas más selectos de la música popular que se deja oir por los altavoces de cualquier decente puesto de discos piratas. Un “Mega-Mix” que incluye éxitos como “La gasolina”, “De reversa, mami”, “Marcelo es mi carnal”, “Gallito feliz”, “La camisa negra” y lo mejor de Rebelde, me hizo cuestionar los medios de los que se valen aquellos cuates que pretenden dirigir un país. De entrada, pensar en el hecho de que me llegó un CD quemado, de una marca paupérrima y tan chafa que ni en el mercado informal los había visto, de una serie de temas que, por más alejados que estén de nuestro gusto musical, deben de tener un autor que no está percibiendo las ganancias por los derechos de uso de su obra, es decir, la promoción de un candidato basado en prácticas ilegales. ¿Cómo pueden estos cuates, entonces, asegurar que pueden combatir la inseguridad o el delito si son los primeros en asilarse en sus posibilidades?
Punto y aparte merece el hecho de que la mayoría de las propagandas puestas sin la menor consideración para el habitante de esta ciudad, tienen, en su afán de llamar la atención, una fealdad que les es intrínseca. Combinaciones de colores chíngame-la-pupila, fotografías de gente que no pudo ser modelo pero si se ganó su imagen amplificada para susto intempestivo de quien los llega a descubrir enfrente de la ventana de su departamento, en las paredes del deportivo en el que van a hacer ejercicio, en los postes de la luz que alberga sus diablitos o ya de plano pegados con engrudo kola-loka en el portón de tu casa.
A pesar de que existe una regulación para tratar de disminuir los estragos que causa tanto como contaminación visual como elemento de afeamiento consistente de la ciudad, la propaganda política se reproduce en cantidades industriales y sin ningún problema. ¿Dónde están las autoridades? Seguramente escuchando el último remix de su candidato favorito. Por eso yo, cuando veo una propaganda política, prefiero seguir a las hormigas en el piso que, caminando frente a mí, me enseñan la ruta hacia el seguro nido.
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