Conviene
pensar a veces en la memoria de las cosas. En cómo los objetos nos
pueden reflejar algún aspecto de su propia existencia. Múltiples
son las maneras a partir de las cuales podemos testimoniar esa
memoria: la descomposición es una, la ruptura, la falta de brillo,
la herrumbre... Todos signos del paso del tiempo y de la inevitable
lógica de la naturaleza. Cuando esos objetos gastados se unen con la
mirada del hombre ocurre un fenómeno en el cual podemos reconocernos
como elementos que nos integramos (a medias o completamente) con el
resto de las cosas que forman el universo. A veces ocurren en la
“realidad” justo en el momento en el cual guardamos silencio y
nos dedicamos a mirar. O también cuando cerramos los ojos y nos
hacemos conscientes de nuestra propia materialidad y de cómo ésta
tiene fecha de caducidad. A veces, en cambio, ocurre en el sueño,
ese espacio tan desprovisto de normas y de lógica. Transitar por los
cuentos de La herrumbre y las huellas de
Alejandro Badillo genera esa sensación.
Tenemos exigencia en el contrato de lectura con los textos incluidos en este
volumen. No son textos que se limiten solamente a contar una historia
de manera tradicional. Todos ellos exigen por parte del lector una
mirada activa que decida la manera en la cual se resuelven los
conflictos planteados en sus páginas. Como una especie de
experimento de Schrödinger, al llegar al desenlace de cada una de
las tramas, nos asalta la sensación de incertidumbre, de
incompletitud. Toca al lector llenar, con sus propias filias o
miedos, los espacios en blanco que el autor reparte a lo largo de las
nueve piezas.
Tenemos
también la creación consistente de una atmósfera por demás
inquietante. Como si todos los cuentos pudieran desarrollarse en un
mismo escenario que, más que estar construido de espacio, lo está
de sensaciones. Ese ambiente enrarecido que sofoca al lector y lo
anima en la búsqueda de hallar alivio en un desenlace que calma la
ansiedad que se ha ido construyendo de manera consistente mientras
los párrafos transcurren. Consistente no quiere decir, de ninguna
manera, monótono. Cada uno de los cuentos tiene su propio ritmo, su
propia identidad, su particular manera de generar ansiedad en el
lector.
Hay
un ambiente de suspenso sostenido en el cual unos ladrones esperan
agazapados la señal que les permita saber que, después de cometido
su delito, podrán salirse con la suya (“Engranajes”); unos
personajes que, como aves de mal agüero, marcan la dinámica vital
de un pueblo cuyas calles parecieran el escenario de un western
apocalíptico (“Los visitantes”); en el mismo escenario podría
llevarse a cabo la acción de “El colgado”, un relato de terror
en donde el personaje de un niño se convierte en el elemento que se
transforma a medida que el relato se acerca hacia el final; también
en el registro del terror entra “El duelo”, una historia en la
cual los elementos de una maleta sin contenido claro y una nube de
moscas que revolotean alrededor de los personajes genera un ambiente
entre onírico y terrorífico; en “Contagio” encontramos un
narrador cuya voz podría resonar en los campos de Comala sin ninguna
complicación, la idea de la muerte se materializa, literalmente,
desde las primeras páginas del cuento; ideas como la precariedad, lo
fantasmal y el miedo rondan “Cuando la guerra”, donde la
claustrofobia y la paranoia confinan aún más a una pareja dentro de
su casa; en “El peso de las cosas”, por primera vez, aparece un
elemento ausente en el resto de las historias: la pulsión sexual, es
una de las mejores piezas del volumen; “Lidia”, por su parte,
aborda los territorios del sueño, del doble y de cómo el objeto del
deseo refleja variadas facetas como si de una caja de espejos se
tratara; la pieza que cierra el volumen, “La señal”, explora
otro de los aspectos que desgasta y herrumbra a las personas hasta
romper los límites de lo que insistimos en llamar “realidad”.
Sin
lugar a duda es un libro valioso que debe leerse con atención,
aceptar el reto de buscar maś allá de lo expresamente dicho y
disfrutar las soluciones que le otorguemos a estos evocadores
relatos.
Alejandro
Badillo, La herrumbre y las huellas, Puebla,
Educación y Cultura, 2013.