Joel Flores (callando), Yo (?), Carlos Dzul (siguiendo la lectura), Alfredo Carrasco (atento),
David Ojeda (de espaldas).]
Los últimos días de septiembre fueron los postreros instantes en que el grupo de becarios de cuento del programa de Jóvenes Creadores del FONCA, seleccionado por David Ojeda, compartió el mismo espacio y el mismo espíritu.
Hasta San Luis Potosí llegamos nuevamente, después de que el primer encuentro en enero se llevara en la misma ciudad; un San Luis que nos recibió con un clima variado que contrastó con el del primer encuentro en donde el frío se sintió en serio.
Siempre he sido escéptico de los talleres literarios. Las experiencias previas con este tipo de mecanismos habían sido catastróficos. Esta experiencia, sin embargo, fue todo lo contrario a lo que había sido. Atrás quedaron las señoras en segunda juventud que escriben relatos cursis o poemas malísimos. Atrás quedaron también los pretenciosos que creían que imitando el estilo de Easton Ellis o Coupland o Welsh o cualquiera de los novísimos talentos de los cada vez más lejanos ochentas-noventas, podían asegurarse una trascendencia ajena. Más lejos quedaron todavía las nenas que acompañaban al novio-escritor-atormentado, tan sólo para verlo con cara de arrobamiento las dos horas o tres horas que duraban los talleres, aunque el circunspecto no estuviese diciendo más que estupideces. En la mala memoria quedaron también los aires de gran profeta de más de un director de taller; la crítica inclemente, devastadora y consciente (y culeramente) destructiva; la ansiedad posadolescente del ligue del personal altamente impresionable (sin distinción de sexo, e inclusive de preferencia); los prometedores del grial de la publicación en editoriales de oscura reputación (y más oscuros intereses); los profesores con la mayor de las disposiciones, pero con precaria o nula preparación.
[De 1zquierda a derecha: Joel Flores (pedo), Yo (extraviado),
Carlos Dzul (intoxicado), Alfredo (con cuba campechana),
Gabriel (con postura asumida)]
Las reuniones de la generación 2007 de cuento fueron otra cosa. El tutor, a pesar de lo que presagiaba la fotografía de guardas de su más reciente novela, La santa de San Luis, es un gran tipo. Y la descripción anterior encierra un montón de calificativos: un creador tolerante, que sabe dirigir a un grupo con potencial talento de destrucción ajena y propia, que encontró en cada uno de los integrantes del grupo alguna característica que, según sus propias palabras, fueron potenciadas en las reuniones consecuentes.
Pues bien, que en los últimos días de esas reuniones se comentaron los proyectos que estaban concluidos o a punto de concluir. Los libros que los becarios habían presentado para justificar el aporte económico que el Estado hizo en ellos (nosotros) y que, en la mayoría de los casos, llegó a muy buen puerto. Me gustaría hacer acá una reflexión (corta, subjetiva y, seguramente, incompleta) de lo que fueron sus trabajos.
Glafira Rocha, ciudadana culichi encarnada en el DF, presentó su Me veo verme; un libro en el que la introspección y la búsqueda del otro redunda, necesariamente, en la búsqueda del yo. Con una escritura disciplinada, retadora y que privilegia el lenguaje sobre la historia, los cuentos de Glafira encontrará un destino favorable en los lectores que buscan un texto que rete su capacidad de entenderse a sí mismos y al mundo que los rodea. Ese “otro” que muchas veces no es más que el reflejo de uno mismo.
Gabriel Vázquez, chilango avecindado en Chetumal, es un escritor que ha sabido trabajar con sus manías de escritura, como el exceso de comas y el ritmo vertiginoso que le imprimía a sus textos la casi ausencia de puntos. Ha trabajado de manera constante en resarcir su escritura, lo que comienza a configurarle ese estilo de escritor-periodista que construye un tono que Gabriel sabe manejar a la perfección. Es un cazador de historias, un tipo que sabe ver más allá de lo que los demás alcanzamos, algunas veces, a presentir o sospechar. Su Recuerdo de Cancún es un libro de denuncia (si cabe el término), pero también de reflexión acerca de una cuestión que ha ido perdiendo importancia en las poéticas de los literatos latinoamericanos actuales, el extravío de la humanidad y de los sentimientos, carencias y defectos que nos califican como humanos.
Carlos Dzul, tabasqueño explorador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es un escritor en ciernes al que el humor ácido y muchas veces descarnado le ayudarán enormemente en un campo cultural caracterizado por la solemnidad y el azote. Sus Ángeles desempleados deambulan un tanto extraviados pero conscientes de no saber cuál es su destino o dirección, sin que se mortifiquen por ello. Son, en todo caso, personajes amorales que tendrán que crecer en los mismos términos que la facilidad de Carlos para construir ambientes opresivos y descritos en un par de líneas. Su visión cínica del mundo es un gran acierto en su escritura, en donde puede reconocerse ese nihilismo tan característico de la llamada generación X, a la que, ironía profunda, Carlos no pertenece, pues se encuentra en la primera mitad de sus veintes. El tabasqueño explora de manera contundente un universo de personajes que ahí han estado siempre, pero que se atreven a hablar en términos francos, tanto como para sospechar los mecanismos de los chicharitos que les giran en la cabecita.
Joel Flores, zacatecano ciudadano del mundo, es un obsesionado de los mundos fantásticos que la literatura puede tejer en un mundo en el que toda posibilidad es ya real. Su Simulador dio un salto en las intenciones iniciales (paráfrasis de la obra de Amparo Dávila), para convertirse en un viaje psicodélico por historias que desnudan tanto la violencia como la locura, el sueño como la pesadilla, lo real de lo imaginado, lo que ocurre de lo que nos gustaría que hubiese ocurrido. Alucinante (en términos de dejarte viendo luces), el libro de Joel es uno de los más interesantes en todo el conjunto de trabajos leídos y comentados. El trabajo constante en la historia y una cierta tendencia a lo teratológico, esperpéntico y extraño, dibujan en la obra de Joel a un escritor que habla de la realidad desde una atalaya privilegiada: la de la imaginación desbordada.
Finalmente, Alfredo Carrasco, sateluco orgulloso de su periferia metropolitana, ofrece una de las obras más complejas, en términos de tono y diversidad de voces, de las que presentó este grupo. Su Antología de la literatura posmedieval, plantea un reto que a más de uno causaría conmoción; elaborar una antología en la cual se reflejara el estilo y la voz de escritores de distinta nacionalidad e intereses. La creación de biografías ficticias y obras inexistentes, planteó a Alfredo el reto de pensar en varios registros. Fue así como aparecieron funcionarios de la añeja Unión Soviética en privilegiados viajes de descanso, niños españoles de la era posfranquista infectados de bacterias acuosas, vampiros de filiación inglesa o centroeuropea que hablan en segunda persona, voces de niños africanos que plantean el sinsentido de las guerras civiles, ejecutivos japoneses obsesionados con el manga y la masturbación, y un largo etcétera.
Me felicito de haberlos leído a todos y cada uno de ellos. Me congratulo de haber compartido doce días de mi vida (una vida que cada vez comienza a dibujarse con trazos menos difusos que los de años anteriores).
A todos, que Dios (cualquiera) los sostenga en la palma de su mano.