lunes, agosto 12, 2013

Formas del siglo XVI



Dos historiadores, Charles Chapman y Richard Morse, que plantean que los caudillos se originaron en la época de la Conquista y los primeros años de la vida colonial, no dudan en afirmar que esos caudillos, Conquistadores-encomenderos, fueron el origen de los partidos políticos en América Latina. Es decir, que la aparición de institutos políticos que enarbolaban ciertas ideas para proyectar su propia imagen de nación dentro de la disputa por el poder fueron, en un inicio, la extensión organizada de los caudillos que dominaron política, económica y culturalmente la vida de los habitantes de los países latinoamericanos desde el siglo XIX, posterior a las guerras de independencia y en sincronía con las guerras internas en búsqueda de la supremacía conservadora o liberal.
        La aparición de tesis posteriores, como la de William Beezley o, mejor, la de John Lynch, se contraponen en muchos sentidos a la anterior. Una afirma que el caudillo surge durante el periodo colonial en la manera en cómo se establecen las relaciones entre la Corona, la tierra, los nativbos y los señores que administraban estas tierras. John Lynch, por su parte, ubica el nacimiento de los caudillos en las guerras de independencia y asocia el crecimiento de su poder con la falta de democracia y la centralización en muchos de estos países.
        Pero regreso a la cuestión de los partidos políticos. Sobre todo a raíz de los eventos llevados a cabo en México este fin de semana: las asambleas (accidentadas ambas) del PAN y del PRD. Pareciera que esa tesis temeraria de Morse y Chapman se confirmó de manera contundente. Los partidos políticos actuales se encuentran insertos en discusiones que reflejan la defensa de proyectos de nación impulsados por personajes cuya actuación es, a todas luces, caudillista: tienen un convenio con la élite de la cual depende su partido, representa sus intereses particulares por tanto, y lideran a grupos de personas poco dispuestas a cuestionar a sus líderes dentro de los institutos. Se diferencian del PRI en tanto éste se mueve más en una dinámica de cacicazgo (dominios locales).
        La conclusión de esta analogía apresurada no es optimista: la democracia que se “construye” actualmente funciona con dinámicas que no se han modificado en muchos aspectos de la herencia de la Conquista y la Colonia. El patrón, como figura arquetípica de la política mexicana, está lejos de desaparecer.  

viernes, agosto 02, 2013

Veinte años

Este era yo en 1993. 
Hoy cumplo veinte años de haber migrado a la Ciudad de México. Veinte años. Ni siquiera la edad que tenía cuando lo hice. Dieciséis, para los curiosos. Eso quiere decir que tengo más años viviendo aquí en comparación con los que pasé en mi tierra natal. En veinte años he aprendido a amar y a odiar por igual a este lugar. En teoría soy un chilango por pura cuestión proporcional del tiempo de mi vida.
         Hace veinte años crucé, acompañado por mi padre, los límites de eso que en aquel entonces representaba el futuro. Mi viejo lloró en el camino hacia la ciudad que él mismo había habitado dieciséis años antes. La dejó porque no quería que sus hijos creciéramos en un ambiente que, ante sus ojos, se había ido deshumanizando poco a poco. Porque estaba convencido que tendríamos mejores oportunidades en otro lado. Tal vez nunca se hubiera imaginado que el primogénito retornaría a la ciudad de la que él había huido. Menos habría pensado que pasaría veinte años sin renegar de haberlo hecho.
         Tengo una vida aquí. En veinte años he trabajado en sus calles, he aprendido en sus escuelas, he enseñado en algunas de éstas, me he enamorado, me han abandonado, he construido amistades sólidas, me he distanciado de algunas, he tropezado en la embriaguez a la salida de alguna de sus cantinas, he gritado a voz en cuello en más de una fiesta…
         He disfrutado cada momento. Incluso los peores. Porque éstos, al ser recuerdos, son historia. Veinte años. Y el tiempo que no acaba.